(Nota escrita por Flavia Pittella y publicada con el título Migraciones en El Chasqui, noviembre de 2010
Inicio la redacción de este racconto familiar como no podía ser de otra manera: en la ruta 2. A veces lamento no haber llevado registro de todos los viajes familiares que venimos haciendo desde el 1999. Sería divertido… o ta vez un tanto abrumador, quién sabe. Lo cierto es que, insisto, no hubiese podido ser más simbólico. Y es que la historia que quiero contar es una historia de migraciones, de viajes, de movimiento. Mis viejos pertenecen a esa generación de tanos que llegaron a granel en desconsolados barcos y anclaron sus nombres en la aduana del puerto de Buenos Aires, junto con sus baúles con los pocos tesoros que habían podido conservar, la eterna lontananza que todavía hoy llevan a cuestas, la panza vacía y el corazón estrujado por la guerra y el exilio. Podría contar un millón de detalles que moldearon a mis viejos: mis nonnos Gustavo y Anselmo estuvieron en la guerra, uno en África y otro en Siberia. Tantos relatos fantásticos contados luego de la cena con unas copas de más. Mis nonnos nunca volvieron de la guerra, no del todo; o que a mi nonna Amorinda le dieron por muerto a un hermano. Estuvieron de luto y al tiempo apareció vivito y coleando por el pueblo; o las tachuelas que le ponía mi nonna a mi viejo en los zapatos para que no se le gastaran las suelas, y los consecuentes porrazos… Siempre digo que para Fellini no debe haber sido difícil ser Fellini: vivía en Italia. Le bastaba encender la cámara y ahí estaba la obra de arte viva. Mi familia muchas veces imita magistralmente –y debo decir que a veces supera– la ficción del cine italiano.
(…) Una vez leí que la etimología de la palabra negocio era precisamente eso: neg-ocio, la negación del ocio. También decía ese artículo que en sociedades constituidas principalmente por inmigrantes son las segundas generaciones las que comienzan a generar los espacios de ocio ya que el inmigrante viene a laburar, a conseguir lo que no obtuvo en su tierra, a progresar. Y vaya si mis viejos son un claro ejemplo. En casa con mis hermanas siempre decimos que no es fácil vivir con dos que nunca, pero nunca están cansados… Es un lujo que jamás se pudieron dar. Cuando mi vieja se sienta y dice, «estuve pensando…» huimos despavoridas, porque es seguro que nos quiere embarcar en una nueva locura. El único que se queda a escucharla es Alejandro, que todavía no se dio cuenta que mi vieja es inagotable y que nunca va a parar de presentarle proyectos y, como él es del mismo palo, sueñan juntos –cafecito de por medio– en las mañanas del restaurante.
(…) Cuando mis padres decidieron venir a Mar de las Pampas –o emigrar hacia donde fuera posible un nuevo comienzo– en casa se generó un revuelo entre vecinos, parientes y amigos. ¿Cómo que vender la casa? ¿Cómo que irse del barrio? ¿A dónde iban a ir? Mis viejos reflejaban en su acción los miedos y las fantasías de muchos, pero ellos las concretaron. Vinieron a lo hippie, a ver de qué podían ganarse la vida; sin profesión pero con vocación de trabajo, dispuestos a empezar de cero, a migrar, a volver a bajar del barco pero a la edad de la retirada. Sin un mango, endeudados, cansados de tantos años de negación del ocio, pero con el espíritu de supervivencia intacto: así como estaban no se podía seguir, y el movimiento se demuestra andando.
(…) Llegaron un 30 de octubre de 1999 a la preciosa casita de la alemana Li, otra desterrada que ancló en Mar de las Pampas. Luego de comprar la cabaña nos enteramos de la distribución de los terrenos y las posibilidades comerciales. Fue así que mi hermana Rosanna le propuso a mi madre que hiciera pastas para llevar. Hasta aquí suena bien. Pero a los quince días me llama la vieja y me dice, “mirá Dani, vamos a abrir un restaurante” “¿Un qué?, ¿qué saben ustedes de restaurantes?” grité aterrorizada; a lo que mi madre me contestó con un implacable “yo sé cocinar, ¿qué mas se necesita?”. (…) Muchos de ustedes recordarán a todos nosotros corriendo de la habitación dentro de la casa a la cocina con los tallarines en la mano, el restaurante lleno y la gente pasándose los platos en claro gesto cotidiano de familia que se reúne a comer y no importa si hay mantel, vajilla o sillas para todos. Todavía hoy algunos clientes-amigos, nos reprochan que hayamos ampliado… O esos días que los viejos estaban solos y el tano se paraba en el medio del salón y pedía a los comensales que por favor se sirvieran solos, se buscaran el pan y el queso y sumaran la cuenta de lo que tenían que pagar. Miles de historias compartidas con todos los que pasaron por Amorinda. Eterno agradecimiento.
(…) Dueña de unas manos increíbles, una voz maravillosa, una forma de amar avasallante, mi madre es el motor de la familia. Anna participó en cuanto ejercicio cívico y barrial le propusieron desde el primer momento en Mar de las Pampas. El restaurante fue sede de eternas reuniones entre vecinos, políticos, abogados ambientalistas, y periodistas que pudieran contribuir a la preservación de este espacio del que se hicieron carne con el viejo. Recuerdo sobre todo junto con Irene y Lizzy principalmente en aquellos comienzos, las tres se llevaban el mundo por delante; y mucho de lo que hoy se disfruta en Mar de las Pampas estuvo gestado por ellas. Mucho de lo que no se disfruta también es parte de sus batallas perdidas, pero sí que las pelearon. Mi vieja, con esa sinceridad casi desalmada, sin elevar el tono de voz ni pronunciar palabras fuera de lugar supo siempre dejar en claro sus ideas y nunca claudicar. Mi casa es un matriarcado.
(…) Al viejo lo conocemos todos. De pocas palabras, mal arriado y testarudo. Obsesivo de la limpieza, el orden y las plantas. Sus flores fueron siempre motivo de Tour fotográfico de los comensales; el parquecito del restaurante su pequeño paraíso. Los árboles del bosque marpampeano su mayor defensa. El tano con sus frases conocidas por todos y su imposibilidad de separar la razón de su corazón es padre adorable, un amigo entrañable, un abuelo sin igual y supo sin estudio de marketing ni know-how entender como nadie la idea de que a la mesa hay que llevar lo mejor, y que si la gente vuelve es porque come bien y se siente como en casa. En ese noviembre del ’99, cargaba porciones de canelones con tuco en el baúl del desvencijado Gol y repartía a los cabañeros porque ellos eran los que primero tenían que conocer las manos de Anna, sino ¿quién los iba a recomendar? Hoy aconseja esta estrategia de marketing a cada una de las personas que se acerca al restaurante y nos cuenta que está por emprender un proyecto gastronómico. Y ni hablar de la capacidad para juntar dinero… sino, díganme cómo se hace esa iglesia. Ahora eso sí, la empresa lo tiene que convencer y todos los papeles deben estar en orden. Amorinda es el tano.
(…) Con mis hermanas nos disputamos cuántas horas hemos pasado cada una en los fuegos con la vieja. Lo cierto es que con paciencia y dedicación logró que las tres aprendiéramos el fundamento de la cocina, y no de cualquier cocina: de la cocina de Amorinda que, créanme, tiene su propia lógica bastante particular. La veo hoy a Paula con quien comparto la montaña rusa que es cada servicio en el restaurante y sé que la tradición familiar está a salvo, en las mejores manos.
(…) Este lugar le ha dado a mis viejos nuevos amigos, hermanos de la vida que no nombro en esta página ya que seguro me olvido de alguno y mi madre me lo va areprochar. Cada uno sabe que en casa hay siempre un plato caliente y un vaso de vino. Gracias por la compañía todos estos años: a nosotros, que vivimos lejos, nos da una enorme tranquilidad. Papá y mamá no están solos.
(…) Este lugar les ha dado a mis viejos una nueva oportunidad: mi viejo quería morir cerca del mar, en un lugar parecido al de su pueblo natal. Mi vieja quería volver a ser Anna, la tana increíble que había sabido generar empresas con sus propias manos. La migración es el nuevo espacio: el espacio que se crea con lo que hay y con lo que uno trae, el tercer lugar. Una nueva posibilidad de ser en acción. No hay imposibles para aquéllos que vivieron en la imposibilidad del destierro, el desarraigo, el idioma ajeno, el otro distinto. Al contrario: hay siempre un mundo de posibilidades. Ahora bien, hay que salir a buscarlas.
(…) Muchas veces me dicen “Che, pero qué culo tus viejos” y yo sonrío, miro para atrás, tomo la manguera con la que mantenía mojados los ladrillos con los que mi viejo levantaba mi casa de la infancia al volver de la fábrica y contesto, “mucho, sí, sí… pero mucho más huevo”.
PD: A mi hermana Daniela: agradezco la sabiduría con la que se ha puesto el restaurante al hombro, incalculables horas de viaje, además de ser profesora de literatura, traductora de inglés, y maestra de la vida, mi maestra, mi hermana, amiga y compañera de emociones, gracias por estar siempre y guiarme, gracias por tantas horas de ollas y sartenes y gracias por hacer esta nota de la familia que me reconforta tanto el alma... gracias a los viejos por ser un ejemplo de vida!!! Amo a esta familia!!!
Paula