Caminar un álbum, escuchar el camino.
Que hoy hay más música disponible que nunca parece una verdad irrefutable. Música grabada claro,porque aún falta un tiempo para que los conciertos en vivo vuelvan a ser parte natural de nuestra vida. Pero sí, es cierto que el acceso a la música hoy es mucho más fácil, un clic aquí o allá y, abracadabra, la canción que buscabas suena ya.Todo al alcance de tus dedos, para oír lo que quieras. Y dije oír, porque lo que parece haber caído en cierto desuso es el ¿viejo? hábito de escuchar música, algo que en estos tiempos de interioridades y encierro podría volver a convertirse en una saludable costumbre.
Redescubrir la idea de álbum quizás sea la clave. Volver a poner de moda ese ritual de bajar la luz, cerrar la puerta, poner el primer track de un disco, cerrar también los ojos y emprender el viaje sonoro. Aquella práctica que muchos habíamos aprendido tan bien. Y pienso en la sorpresa que nos deparó aquella primera vez de «El lado oscuro de la luna», o el azoramiento ante «Biblia negra y sin estrellas». Discos que están allí, al alcance de los curiosos, de los ávidos, de los que aún mantienen la chispa encendida, los de la sed por las nuevas experiencias. Porque los artistas piensanen álbumes desdehace tiempo y hasta músicos nuevos como los traperos Wos o Nicki Nicole, aunque largan sus canciones de a una con meditadas cuentagotas, valoran la edición del álbumque finalmente las reunirá, yno de cualquier manera. Porque el orden en que son puestas es una parte más de la propuesta del artista.
Que la escucha no está perdida en el limbo de los tiempos lo confirma el renovado auge del vinilo. Luego de estar casi borrado de la faz de la tierra, de haber sido visto como obsoleto, como un paso superado en la evolución, ha vuelto para quedarse. Todos tuvimos que desempolvar las viejas bandejas o conseguirnos las nuevas y portátiles en valijita. Las fábricas volvieron a hacerlos, las disqueríasachicaron la sección de los ahora casi invendibles CDs y armaron nuevos estantes para esos vinilos de tapas amplias que suman elementos visuales a la escucha.
Perola experiencia no está condicionada por el formato. Los álbumes también pueden escucharse enteros en elmundo de la virtualidad y mantener, aun sin objeto físico, el hábito de la escucha ordenada, de la propuesta global del artista que elijamos. Hay algo allí, en ese disponerse a pasar un tiempo dedicado al hermoso placer de la música, a la atención plena a los sonidos, que lo acerca a la meditación, ese cerrar el resto de los sentidos y ser solo oídos. Puede ser «Sgt. Pepper» o una sinfonía, pero el punto está en entregarse a esa vivencia, con la disposición de quien recorre un camino. Y ahora descubro, escribiendo esto, porque aquí, en Mar de las Pampas, se me ha vuelto casi imposiblecaminar escuchando música. Una sorpresa para mí, urbanita acostumbrada durante tantos años a sobrellevar el bullicio de la ciudad con una estrategia básica de supervivencia, el antídoto perfecto: auriculares, play (durante mucho tiempo sonó, exclusivamente, Bob Dylan) y mágicamente desaparecía el ruido ensordecedor de los colectivos y hasta, subida de volumen mediante, el traqueteo imposible del subte.
Aquí no. En este sitio en el que se promueve elvivir sin prisa, caminar el bosque y luego escuchar el mar, permite entrar si uno se lo permite, si se está dispuesto, en un estado meditativo. Caminar para recuperar el tiempo humano, no el vértigo de los autos que, por lento que vayan, impiden respirar al mismo ritmo de los árboles y los pájaros. La velocidad de los vehículos es como el atracón de canciones de playlists ajenas. Por eso lo mejor sería caminar sin rumbo,a pasode hombre, y luego, con el mismoestado, con la misma intención, escuchar en casa un álbum entero, a oscuras si es posible.
A caminar y a escuchar, se aprende. No en cursos ni en tutoriales, sino haciendo, descubriendo en ese hacer la diferencia entre caminar e ir, entre deambular y trasladarse. La misma que hay entre escuchar y oír.