Cruzo Teodoro García y camino por Migueletes hasta Libertador. A seis pasos hay un edificio con una entrada linda, arreglada. Cuando paso por el frente veo que el techo de la fachada se está cayendo. Claro, es que la familia Juárez del primero ‘B’ se fue de vacaciones hace dos meses a Europa, y mientras su avión pasaba el meridiano veintitrés, la canilla del lavadero se rompió y empezó a largar agua a lo pavote. El problema se originó porque Lila, la hija menor de los Juárez, dejó un trapo tapando el desagüe de la pileta, y se inundaron la cocina y el living. Cuando los vecinos se dieron cuenta, ya era muy tarde. El encargado entró al departamento, cerró la canilla y secó el piso, pero el agua había levantado toda la madera y se había filtrado a la planta baja. El consorcio ya le mandó una carta documento a los Juárez, pero ellos no se preocupan mucho. Hace cinco minutos, la mamá de Lila abrió una sombrilla en una playa de las islas Canarias. No hay mucho que yo pueda hacer al respecto, así que sigo mi camino pensando en las apariencias. Quizá por eso me cruzo con Jazmín, que está pensando cuál babydoll excitará más a Sebastián. Pasa a mi lado cuando gira para entrar en su edificio. Yo quiero que elija el blanco con encajes, es más fino. Sebastián va a disfrutarlo. El que no va a pasarla tan bien es Gonzalo Herrera, el vecino del cuarto ‘A’, que en unos minutos va a entrar en la cochera con su sedán azul. Está buscando un lugar para mudarse. Libertador es una linda cuadra, pero la parejita de al lado está medio alzada y no lo deja dormir. Es que Gonzalo tiene oídos muy sensibles. Dejo atrás los problemas de Gonzalo, y camino hasta chocarme con la heladería de la esquina donde nace Luis Maria Campos. El local da a una placita triangular donde hay varias mesas. En una están Marcos y Miguel en su primera cita. A Marcos le encanta Miguel, le parece el hombre más hermoso que haya visto en su vida. Por esto mismo, también le parece el más interesante, pero no lo es. Nada más lejos. A medida que me acerco a la mesa, Miguel le comenta a Marcos que está vendiendo purificadores de aire, y le sugiere que él también debería venderlos. Incluso le da un código para que se inscriba en un programa de marketing de purificadores de aire y le aclara que es un negoción. Le dice emocionado que a medida que convenza a más personas de sumarse, va a ganar más plata. Yo hago que Marcos salga del encantamiento enamoradizo y se dé cuenta que es una estafa. Para alejarme un poco de los tórtolos piramidales, giro para Zabala donde hay un taller de autos y siempre hay coches chocados por toda la manzana. Yo también llevo el mío cuando se rompe. A mitad de cuadra hay un auto con el frente hecho mierda. Es de Mateo Komsky, que vive a cuatrocientos metros subiendo por Zabala. Hace una semana estaba manejando por Córdoba a setenta kilómetros por hora —que es la velocidad de la onda verde— y se llevó puesto un cientoseis que dobló de golpe. Yo había hecho que minutos antes dejara a Paz, su hija de siete años, en la casa de su exesposa. Mateo tiene un cuello ortopédico, pero dentro de dos semanas el médico se lo va a sacar y le va a recomendar una nueva terapia grupal, donde va a conocer a Analía y se van a enamorar. No voy a escribir su historia, así la pueden hacer ellos. Yo voy a seguir mi camino, donde decido algunas cosas, pero no todas.
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