En memoria del entrañable Pajarito, que se nos fue en silencio en este otoño.
(Extraído del libro de Juan Pablo Trombetta, Mar de las Pampas, una historia).
Es muy posible que a muchos vecinos de Mar de las Pampas el nombre Carlos Sacchetti no les suene. Ahora, si preguntamos a un vecino o a un turista de los que vienen seguido: ¿lo conocés a Pajarito? entonces es casi seguro que la respuesta afirmativa venga acompañada de una sonrisa. Es que Pajarito, como le decimos todos, genera en el acto una corriente de simpatía, de cariño. Es uno de esos tipos queribles.
Más allá del diminutivo, Pajarito es un hombre jubilado de sesenta y siete años (clase 1950) que hace casi veinte vive en el bosque de Mar de las Pampas, aunque nació y se crió en la Boca, de donde salió a fines de los noventa para afincarse entre nosotros.
Yo vivía en un conventillo justo frente a la cancha, más bostero imposible, nos dice mientras comenta que desde entonces jamás volvió a Buenos Aires, apenas un par de veces fui a Mar del Plata, después me gusta estar acá, caminar por el bosque...
Yo trabajaba en el Concejo Deliberante de la ciudad de Buenos Aires, hacía tareas administrativas; estuve ahí desde que empezó la presidencia de Alfonsín, en total fueron catorce años, me fui con el retiro voluntario de la época de Menem, a fines de los noventa. Con la plata que me dieron puse un barcito en una galería de Florida y Paraguay, con entrada por las dos calles, pero el bar no funcionó y me quedé sin nada, sin plata y sin trabajo. Entonces mi hermano Sancho, que ya vivía acá hacía unos cuantos años, me propuso que viniera a vivir con él y y que lo ayudara en los trabajos de pintura; yo era bastante inútil para todo eso, pero él me dijo que me iba a enseñar y entonces me vine.
Cuando Pajarito recuerda esa época sonríe y cuenta que Sancho lo retaba porque solía llegar tarde, es que nunca me gutó madrugar, en el Concejo Deliberante trabajaba de tarde, y antes, cuando trabajé siete años en aeroparque, en el sector carga de comidas en Austral, tenía turnos rotativos de tarde y de noche, una semana cada vez.
Ahora vivo en una casilla todante en mi terreno de Ranqueles y Mansilla; al principio vivía con Sancho, en la casa de él, pero después formó pareja y me vine acá, sobre todo los veranos, porque en invierno casi siempre hice de cuidador en casas de conocidos, como el finado Alejo Taburelli, también en la de Cristóbal y Silvina.
La casa rodante me la dejó hace años el Vasco Rubén, que trabajó muchos años de mozo acá en la pizzería Nativa y ahora está de nuevo ahí; un día me dijo «te la dejo, no la quiero más».
Me gustaría construir algo en el terreno, ahora ya hice el baño, pegado a la casilla. Yo en este bosque me siento muy cómodo, todos me conocen, la cana me saluda, creo que voy a terminar mis días acá, no tengo proyecto de irme.
Pajarito cuenta que entre sus muchos trabajos y changas hizo de sereno de obra, y como es un absoluto agradecido repasa la amistad que le brindan desde siempre Pablo Fernández, el Flaco Aprile, el Negro César, Pedrito Bustiche, incluyendo muchos festejos de Año Nuevo y su carácter de invintado permanente a la reunión que los muchachos hacen todos los miércoles.
Vivir solo cada vez cuesta más cuando te hacés grande. No es lo mismo volver a tu casa y comer solo, mirando los azulejos, que compartir la comida con alguien o que te cuiden cuando tenés fiebre. Como decía un viejo amigo de la Boca: «vivir solo es lindo pero no es fácil».
Para el final, dice que está contento por el diálogo que tiene con su hermano Sancho, con quien se juntan a almorzar todos los domingos, aunque él se enoja porque me dice a las doce y yo siempre llego a las dos de la tarde.