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Dame fuego. Por Nacho López

Soy el único latido en esa calle sin nombre. Todos ellos descansan, aparentemente en paz, como se les suele recomendar, desear o qué se yo qué… El sol de diciembre está a punto de matarme, y estoy en el lugar preciso para morir. Acá las veredas no tienen baldosas, sino huesos. Los árboles se esconden porque acá mandan las flores. Flores artificiales, flores vencidas, flores nuevas, flores aplastadas, flores olvidadas, flores caídas, flores enmarcadas, flores… Como si se quisiera imponer el color al gris del olvido. O como si se quisiera negar el fin de ese ser tan querido. Todos acostados, excepto yo que estoico, aún permanezco de pie. En ese paisaje urbano tan temido, avanzo esquivando tumbas. Las lápidas lejos de incomodarme, me sacan alguna sonrisa, por esa frase tan certera y punzante que ostentan desde ese mármol que intenta decir por el que yace sin voz. El folclore futbolero me asalta una vez más y pienso que por algo tienen bien ganado el mote de los más pesados, los de Chacarita. Ellos se ríen de la muerte, porque juegan de local donde nadie quiere jugar. Las gotas de mi transpiración siguen siendo insoportables. Hasta que me doy cuenta que las elijo y doy gracias por ellas, observando a mi desolador alrededor. Ofrendas, camisetas, fotos, rosarios y un mundo de cruces pelean por un pequeño pedazo de tierra en el que el césped se resiste a crecer. Leo y releo los nombres y apellidos escritos en cada madera que señala la vivienda del que ya no vive. Tal vez busco conocidos o simplemente me imagino el día en que otro camine en mi lugar, mientras yo ya no sufriré calor. Me encandila tanta luz, me prende fuego, me abrasa. Y ahora sí llego a mi destino en este lunes. La hoguera del crematorio no cesa. La vida continúa, incluso allí dentro. Me detengo y observo cada detalle de los que allí trabajan. Espero en la sala de espera. Un hombre detrás de un mostrador que podría ser de cualquier otra oficina pública, pronuncia un nombre y un apellido que no puede estar presente, porque ya es pasado. Una señora que ya lleva años de señora, se levanta de la silla pidiéndole permiso a su edad, se acerca hasta el mostrador y saca una caja en la que se lee la marca Puma para entregársela al empleado. Éste, amable y con una sonrisa que no coincide con el momento, se la lleva para atrás. Enseguida regresa con la caja llena, y antes de llamar al número que sigue, la coloca en una bolsa de madera para que la señora se vaya caminando con esa caja que no contiene zapatillas.


@nacholopezescribe


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