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El Topo. Una historia familiar

Después de varios intentos frustrados de poner churrerías en Buenos Aires, en el verano del 68, Hugo y Cacho instalaron la primera churrería de Villa Gesell. Ésta era una plaza con un horizonte de crecimiento, aunque para ser honestos, fue el amigo en común, Juan, el que los convenció de instalarse en Gesell.

Donde terminaba la Villa, en la 110, encontraron el local más barato para ubicar la primera fábrica. Instalaron las máquinas que traían de Buenos Aires. Llamaron a un letrista para pintar la vidriera (no eran épocas de ploters ni vinilos). Decidieron seguir con la tradición porteña de poner «fábrica de churros», así, a secas. El letrista les recomendó ponerle algún nombre, y les sugirió «El Topo» por Gigio, ya que estaba de moda poner de nombre de negocios a personajes de la TV. Como toque final, los socios decidieron que para llamar la atención, el cartel de CHURROS debía estar al revés, así la gente se detendría a ver qué dice el cartel extraño. Esa es la historia del mítico cartel.

Juan tuvo razón. Él iba a Gesell con su mujer desde el 65 en carpa y observaba que año a año la ciudad incrementaba sus turistas, la del 68 fue una temporada exitosa. Fue tan así que decidieron, al año siguiente, poner otra sucursal en Necochea. Otra plaza donde no había churrerías. Hugo gerenció la de Gesell y Cacho la de Necochea.

Hugo confiaba en el crecimiento de Villa Gesell y Cacho en el de Necochea. Por lo que cada uno se quedó con un negocio, quedando asociados solamente en la propiedad de la marca, respetando las fórmulas de la elaboración de los productos y la calidad de los mismos.

Los años pasaron, los negocios se fueron haciendo conocidos, o como dicen algunos, «famosos». Las largas colas (de más de 50 metros) los días de lluvia, los churros en la playa.

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