- Juan Pablo Trombetta
Estamos de aniversario. Por Betina R.
Estoy escribiendo estas páginas porque El Chasqui cumple 21 años. Lo hago solo en honor a Juan Pablo que me insiste para que escriba hace muchos años, lo que me honra. El debe ver algo que yo no veo, ni creo que haya, pero no me puedo volver a negar. Son los 21 años del emblemático Chasqui que los Trombetta crearon, y coincide con que hace 21 años mi familia desembarcó felizmente en Mar de las Pampas. Hay festejo doble, hay que escribir. ¡Brindo por ello!
Vayamos 21 años atrás para reconstruir mi romance con este lugar. Llegamos un primero de febrero con nuestros hijos, por entonces de 9, 4 y 1 año, felices de empezar las vacaciones en un lugar nuevo, bosque, arena, poco ruido, un paraíso para unos capitalinos de departamento. Una verdadera slow city, como se anunciaba por entonces. Llegamos sin reservar nada. Gran error. Había muy pocas casas por esa época. Cuando estábamos ya rindiéndonos y por pegar la vuelta, -si hubiera pasado, este relato terminaría acá- apareció la única casa libre, al lado de la Pinocha, que hoy es parte del centro comercial. Bajamos a los chicos, las valijas y con ello todas nuestras ganas de pasarla bien.
Que buenas vacaciones. ¡Cuanto descanso! ¡Cuánta familia! En ese momento supimos que la historia entre Mar de las Pampas y nosotros estaba empezando a escribirse.
Volvimos, a partir de allí, todas las primeras quincenas de febrero y como no nos alcanzaba, sumamos las fiestas también. Íbamos aun cuando nuestros amigos nos seducían con otros destinos, o nos preguntaban muy sorprendidos: ¿Que hacen solos ahí? No hay cines, ni jueguitos para los chicos… ¿No se aburren? La respuesta era siempre la misma: un contundente NO, y a eso le seguía un vengan, conozcan. Algunos vinieron y les gustó. Otros, no lo hicieron nunca. Con otros ya no somos amigos. Es parte de la vida.
Volvamos a esos inicios: recuerdo a la Arquería, el lugar elegido por mis hijos hasta que cerró, con gran dolor para ellos. La Pinocha y esas meriendas gloriosas. Valle el lugar elegido para las medialunas de la mañana. Las Calas, con su exquisita propuesta para celebrar el día de los enamorados. Almacén de Campo que siempre nos salvaba, cuantos asados gracias al carbón de último momento. Blue con ese sofisticado gusto francés, su rackletera y la biblioteca a un costado, hoy convertido en Casa del Mar, una de nuestras paradas infaltables. Y dejo para el final a la histórica Amorinda, un himno del lugar. Si habremos caminado por el Lucero o por Virazón y tomado cafecito en el Soleado. Todos estos lugares, aromas y recuerdos conectados por El Chasqui, que ayudaba al turista a conocer el lugar y que Juancito nos dejaba en casa, antes de acompañar a su papá a repartirlo.
Mar de las Pampas también nos dio una de las alegrías más grandes que tuvimos, nuestra querida Pampita. El nombre elegido puede quizás hacernos parecer como una familia poco ocurrente, pero me gusta más pensarnos como muy agradecidos al lugar. Como sea, Pampi vivió 15 hermosos años con nosotros. La encontramos abandonada de cachorra en un terreno que hoy es La Social Cervecera. Fue amor a primera vista, como el mío con Mar de las Pampas. Hicimos los casi 400 Km de vuelta a casa con ella a mis pies en el auto y fue una más de la familia. Murió de viejita, rodeada y abrazada por todos nosotros.
Con el segundo veraneo empezó otro capítulo que se iría consolidando a lo largo de los años, que fue la amistad con los Trombetta. Alquilábamos una casa pegada a la de ellos, y nuestros hijos empezaron a jugar juntos. Los 15 intensos días de verano por tantos años forjaron una gran amistad, especialmente entre Juan y Guido, que dura hasta hoy, la cual ya he contado en El Chasqui. Unos años más tarde la amistad de ellos, sellaría la nuestra, la de los padres. Gloria es para mi un oasis. Siempre alegre, optimista, con quien se pasa un momento genuino, relajado, donde una puede ser siempre una. Con Juan Pablo un hueso más duro de roer, muy amigo de sus amigos, costó mas tiempo para entrar en confianza, pero lo hizo y entramos.
En los siguientes veraneos, la amistad con los Trombetta fue creciendo. Nos invitaban al cumple de Jose y nos hacían parte de sus amigos. Allí conocimos al Rana, al Negro, al Mariscal, a Rudy, al querido Juan Forn, al Flaco y a los hijos de algunos de ellos, como Matu y Lu. Nos juntábamos a cenar en nuestras casas, o salíamos a comer afuera. Festejamos el 24 y 25 de diciembre juntos, en su casa, una verdadera fiesta a puertas abiertas para recibir a todos los que quisieran pasarla bien. Nos dieron, sin saberlo, la oportunidad de hacernos sentir más locales, no solo por acercarnos a su gente, sino con consejos del lugar. Para compartir uno, pero que hizo mecha en nosotros, dejamos de comprar en los supermercados grandes ya sea el de la ruta 11 o el de la esquina de la Avenida 3 de Gesell, donde había que hacer muchas horas de cola para abastecer la casa y empezamos a ir al super donde comparaban ellos en el boulevard. Me acuerdo nuestra alegría cuando sacamos la tarjeta de la cooperativa, no había un turista cerca nuestro. En nuestro imaginario éramos mar pampeanos. Éramos locales. ¡Lo habíamos logrado!
Podría seguir contando historias, como las veces que el auto nos dejó a pie y de todos los talleres que conocemos en la zona. O el enorme cariño por la dueña Antu, la casa de los caracoles que ya cerró, donde mi hijo menor pasaba horas jugando. Pero elijo volver al Chasqui. Se cumplen 21 años, y aún recuerdo los ejemplares calientes que recién llegados de la imprenta quedaban sobre la mesa del living listos para salir a repartirse o reponerse.
Que grande El Chasqui por estos 21 años de servicio, de compañía, de ayudar al comercio local y al turista.
Que grandes nosotros por no haber pegado la vuelta ese febrero que no conseguíamos casa y ser hoy parte de esta historia
Brindo por muchos años más del Chasqui y de la amistad de nuestras familias