
(Nota ya publicada en El Chasqui, forma parte del tomo 2 del libro Mar de las Pampas, una historia).
Esta charla tiene su propia historia, ya que fue la primera de una serie de notas con los vecinos de Mar de las Pampas, publicada en El Chasqui en enero de 2003.
De aquella saga, retomada años más tarde con nuevas entrevistas en la sección Nuestros Vecinos, nace de alguna manera este tomo.
Héctor fue quien abrió el Almacén de Campo, en una versión mucho más chica que la actual, a fines de 1999. Ahí mismo se hizo una pieza y una cocinita y se instaló, solo, con poco más de sesenta años. Fue el primer lugar de provisiones abierto todos los días, aun en el invierno, con lo que eso implicaba para quienes vivíamos en el bosque. Imposible olvidar diálogos muy serios de este estilo (invierno del 2000):
—Héctor, me das una docena de huevos por favor...
—¡Eh! ¡Una docena no! Te doy media, porque me queda una sola y seguro que más tarde vienen Elvira o Aurora y pueden necesitar.
Ahora va la nota de enero de 2003:
Hacia el año ´88/´89 compré este lote, primero me hice, en el fondo, una cabañita con los troncos que encontré caídos por el bosque; el lugar me fascinaba y allí, entre los pinos, reposan las cenizas de mi madre. Demás está decir que se trata de un rincón entrañable.
Héctor nos contó que, en la segunda temporada de Chiche Cecchino al frente del balneario Soleado (1992/1993) trabajó allí a cargo de la barra y todas las compras para el bar. Sin embargo, lo más interesante empezó hacia junio de 1999.
Recibí una carta de una persona muy interesada en comprarme el lote, y después varios e insistentes llamados, a raíz de eso empecé a averiguar y supe que este terreno estaba en zona comercial, cosa hasta el momento ignorada por mí. Yo conocía a la gente de Leyendas que me invitó a pasar una semana, y entonces vine con mi cuñado a evaluar la situación.
La evaluación fue rápida, quemó las naves, como él mismo afirma, cargó la Renault 12 Break verde con herramientas, puso la carretilla sobre el techo y se largó solo.
Llegué un 30 de junio de 1999, un día, en el destartalado rastrojero que tenía el Rana, a quien ya conocía de la época del Soleado, nos fuimos hasta el balneario Poseidón, en la Villa.
Aquí hace una breve pausa, rememora y sigue a las carcajadas:
“Che, Viejo, yo te llevo pero no tengo un mango para el gasoil”, me dijo el bueno de Pablito.
Fue entonces que conocí a Juan, un pingazo, que para esa época se estaba haciendo la casa allá en Santa María al fondo. Era pleno invierno y casi todos los días veníamos juntos en el Renault, a eso de las cinco y media Juan pasaba por acá y nos volvíamos a la Villa. Yo estaba destruido, pero al llegar Juan siempre me invitaba a tomar unos mates y eso me reconfortaba. Poco después, con hacha y soga, él me ayudó a sacar el par de árboles que no hubo más remedio que sacrificar para poder construir.
Apenas inició las obras se vio forzado a desarmar la vieja cabaña y decidió forrar con madera el mangrullo con el tanque de agua.
Ahí me hice el penthouse, como me cargaban los muchachos, con una cocinita abajo y el colchón arriba. A propósito del colchón, lo conseguí a cambio de un par de canillas y varios caños.
Todo esto, lejos de ser recordado con algún aire de queja, provoca en El Viejo una sonrisa melancólica.
Cuando le preguntamos cómo veía el futuro de Mar de la Pampas reflexionó un largo rato.
Lo veo como el del país, dependerá de los aspectos más profundos de la sociedad, de los gobernantes, de las esperanzas. Muchos combinan la salida personal, de forma de vida, con la económica, se juegan por algo distinto...
En cuanto a mí, si noto que cambia el espíritu, la esencia del lugar, de la gente, entonces ya no estaré aquí.
Héctor alquiló primero (octubre 2006) y vendió más tarde su almacén a la familia Arguiñarena. Apenas entregó el negocio se fue de Mar de las Pampas y ya no volvió.