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  • Juan Pablo Trombetta

¿Hasta cuándo seguir esperando?

1978. Van pasando los años, o tal vez muchos años, y aun se recuerda con angustia lo lento que transcurrían los días, y mucho más lentamente las noches... Aun se siente el olor de la casa quemada. En el barrio nadie se atrevía a comentar nada. A lo sumo algún gesto de dudas sobre la irrupción del ejército durante la noche, pero nada más. Los vecinos no podían comentar nada pues no los llegaron a conocer. Ni siquiera supieron sus nombres. Solo alguna imagen de su hijo que solía jugar con los nenes del barrio. Pasaron muchos años. Y ese malestar en la boca del estómago aun perdura con una leve sensación de vacío y de un vago sentimiento de angustia. Y por qué no decirlo, de culpa. Ni siquiera se conocían sus nombres, pero los desaparecieron.

1983. Transcurría el año con esa dudosa sensación de volver a la normalidad, que no se terminaba de instalar. Sí, es cierto, hubo elecciones y Alfonsín prometía el retorno a la democracia. Pero haber vivido lo que se vivió no era posible borrarlo con simplicidad, como si fuera una cuestión de voluntarismo. Y ellos lo sabían. Por eso lo implementaron. Las huellas y sus cicatrices ya estaban configuradas. El temor se había incrustado en nuestra matriz ideológica. En nuestra cotidianeidad. Y no obstante ese enorme triunfo del campo popular, seguía siendo difícil atreverse a salir de ese encierro, igual que la cigarra, tantos años bajo la tierra.

Varios años después del retorno a la democracia, en pleno período en que Argentina mostraba al mundo, que aun con el dolor de haber perdido una guerra contra los piratas ingleses y de haber usado vilmente a nuestro pueblo tratando de remontar la derrota política de la dictadura, este pueblo había decidido tener memoria. Había decidido que solo recordando los errores del pasado podríamos prever el futuro. Que no quiere decir que no vayamos a repetir dos veces el mismo error. Pero que sin memoria seguro habremos de reiterarlos.

Transcurrían los primeros años de gobierno. Los sectores golpistas iban perdiendo poder y necesitaban reconvertirse. Se fueron replegando a movimientos cuarteleros y finalmente deponiendo con cierto rubor, sus pretendidos deseos de imponer impunidad. Fue pasando el tiempo y el poder armado le fue cediendo protagonismo al poder comunicacional y luego al judicial.

1989. Los que se identificaban con la democracia, muy, pero muy tibiamente comenzaban a asomar alguna opinión. A expresar alguna idea sobre el mundo que querían. Todo esto, muy tibiamente. Todo en voz muy baja. Por temor más que por convicción. Las malas experiencias aun estaban dominando las conductas. Los comentarios se hacían como pidiendo disculpas. Ellos NO. Recuerdo que sus comentarios los hacían en voz muy alta. Sin temor. Creo que hasta intentando provocar alguna reacción. Se siguieron sintiendo dueños del poder. El pueblo había pagado el alto precio de querer un país más justo y sin excluidos. Pero aun hoy se sigue opinando con moderación. En voz calma. Con tonos mesurados. Ellos NO. Y como pagando el precio por haber opinado con mucha mesura y en voz muy baja, algunos creyeron y lo «siguieron». Fue así que tuvimos que vivir durante 12 años privatizaciones y entregas de nuestro patrimonio. Se fueron entregando todas nuestras riquezas: Ferrocarriles, el patrimonio de los jubilados, Aerolíneas Argentinas, los puertos y la hidrovía, YPF, las distribuidoras energéticas, las rutas, Aguas Argentinas. En fin, «Nada de lo que pueda ser estatal permanecerá en manos del estado»(sic).

2021. Este gobierno busca que todo salga por consenso. Por vía legislativa. No acepta nombrar jueces sin pasar por el congreso. Los tributos a las grandes fortunas. El nuevo procurador nacional. Las estafas de Vicentin. Los espias en la provincia de Buenos Aires. El blanqueo de capitales. La Deuda Externa con el FMI, y su posterior fuga. La concesión de la Hidrovía. Diez y nueve años de demora con el Correo Central. El parque eólico y las autopistas. El descontrol de precios. El acuerdo con los productores y supermercadistas. El atraso de los salarios. ¿Podemos tomarnos tanto tiempo?

Siempre sostuve que la grieta nació con el origen de la especie humana. La grieta es patrimonio de los que detentan el poder. La grieta nunca fue un valor de los excluidos. Ellos solo fueron las víctimas de los poderosos. De los que sienten orgullo por acumular frente a las necesidades de otros. O sea el famoso índice Gini que marca las miserias humanas. Indice Gini que lo podemos comparar con la injusta distribución y acumulación de vacunas, que en la actualidad se da entre países desarrollados y países dependientes. Países que tienen más de 5 vacunas por habitante y países que solo tienen 0,1 vacuna por habitante. Aun hoy, en lugar de discutir cómo distribuir equitativa y sólidariamente la vacuna entre todos los países del mundo, entendiendo que no existe la salvación individual, logran instalar la triste realidad de un acto de prevaricato de un muy buen ex Ministro de Salud, en lugar de salir a denunciar las miserias humanas de los países poderosos y de sus laboratorios, mercantilizando a la salud pública como un bien comercializable. Ahora me pregunto: ¿hasta cuándo seguiremos esperando que el mundo cambie?


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