Una esquina no es simplemente una construcción de material que acompaña la intersección de dos calles. No es tan solo eso, al menos en este conurbano bonaerense y hace unos cuantos años. Una esquina tiene vida, cuenta historias, recuerda anécdotas; todo queda almacenado en esa figura angular a la intemperie. Basta con mirarla ahora -con cuarenta años- cada vez que la dejas atrás arriba del auto para que mil emociones y fantasmas golpeen tu pecho y tu mente.
Parecen seres sobrevivientes del mundo del tango de principios del siglo XX, ese pintado por Discepolín, cantado por Gardel y contado por el Polaco; quizá sin farol pero con luces de mercurio que tenuemente alumbraban los mágicos momentos. Toda la vida adolescente de un joven nacido en los setentas tenía que ver con esos santuarios de experiencias. En las paredes quedaban escritas en aerosol frases simples pero complejas y difíciles de comprender para el mundo ajeno a la cultura que nucleaba a quienes conformaban la banda, la banda de la esquina. Sí, la de los pibes y la de los no tan pibes. Es que había horarios y días, momentos donde la esquina la curtían los más grandes y otros donde ya era nuestra. ¡Ojo! Desde la primera vez que parabas en alguna aprendías que la tenías que defender y dar todo para mantenerla con vida.
Obviamente en un barrio existían numerosas esquinas, sin embargo no todas tenían la suerte o el don de nacer. Algunas nunca despertaban y otras se llenaban de vida. La razón podía ser simple, un tronco caído, un escalón cómodo, una sombra de tarde tranquilizadora y placentera, un sol cálido de medio día. Tal vez, algo que no es de este mundo, ¡qué sé yo! Lo que es cierto es que los pibes elegían una y ahí todo pasaba. Ahora, pensándolo bien, no sé si nosotros la elegimos o ella nos eligió a nosotros.
Todos tenían un lugar en la banda, todos tenían un rol: estaban los capos o líderes, esos que siempre tenían un mayor poder de decisión sobre la muchachada. Estaban los graciosos o payasos, que teñían de risas los encuentros. No faltaban los guapos, que eran los que más se la aguantaban e iban al frente cuando había bardo. Después estábamos todos los demás, los que tal vez no teníamos un rol tan importante pero no éramos menos necesarios. Todos formábamos la banda. Si se metían con uno se metían con todos. Eso sí, había códigos, cuando se armaba la revuelta era todos contra todos, pero jamás se caía en la cobardía del todos contra uno. Si el foráneo era uno, el problema se resolvía mano a mano. Era un código sagrado. Lo contrario podía pintarte como un cagón, estigma difícil de rebatir.
Se hablaba de todo y no se hablaba de nada. Se sabía de todo con apenas 16 ó 17 años. Yo creo que si pasaba Favaloro se le discutía de igual a igual cómo hacer un baipás. La regla era el chamuyo, todos en alguna medida mentían y lo hacían a lo grande. Se podría decir que en aquellos años las esquinas eran machistas, es verdad, pero no se podía decir que faltaba la imaginación y la poesía. Si pasaba una mina todo cambiada de repente, algunos se trababan y exhibían sus músculos naturales, porque al gimnasio no se iba. Otros gritaban bien fuerte sus pensamientos para que la dama se anoticiara de su inteligencia o bravura. Estaban esos que le fijaban la vista y le rezaban a los santos por un cruce de miradas y una sonrisa, cosa que si ocurría los hacía sentirse ganadores. Tampoco faltaba el piropeador, ese que lanzaba una frase demostrando no sólo ante la piba sino ante los flacos que era un hombre conquistador y arrojado. Lo más normal era que la mina se te cagara de risa, no dijera nada y siguiera su camino. Vos te quedabas anclado ahí con tu imaginación.
Pensándolo bien, en el fondo éramos inocentes, no sólo porque jamás una mina nos iba a dar bola por hacer esas giladas, sino porque no sabíamos realmente que estábamos haciendo daño o que podíamos llegar a hacerlo. No teníamos idea de que cosificábamos a la mujer. En fin, creíamos en el piropo, la poesía y la conquista, eso nos venía mal o bien con la cultura. No había redes sociales pero tanto los diarios, la televisión, como tus abuelos te contaban que a la mujer había que conquistarla, había que cuidarla. Todos te decían que si te gustaba una piba la tenías que ir a encarar, nadie te explicaba qué mierda le tenías que decir, pero allá ibas, como bola sin manija, rebotando por todos lados y de vez en cuando ligando un beso que te hacía sentir el rey de la noche; un verdadero ganador. Así se pasaban los años, entre amores, fútbol, amigos y borracheras. De vez en cuando pintaba un faso, que en ese entonces no era tan popular como ahora. Ahora fuma todo el mundo, incluso los más chetos y caretas. Antes el olor a mandarina estaba en las esquinas, en los estadios y recitales. Y le guste a quien le guste, estaba más relacionado con las clases obreras y los artistas. Hoy en los balcones de los lugares más pudientes se observan las plantitas que años antes eran consideradas cosa de pobres. Hoy es cool lo que antes era grasa.
Por otro lado, en aquellas esquinas y bandas también yacían sentimientos y circunstancias de gran valor. La solidaridad, la amistad, la igualdad, la imaginación, el arte, todo estaba mezclado en esos cuatro metros, todo era transmitido. Quizá hoy para muchas realidades hagan falta más esquinas y menos individualismos. En la esquina todos teníamos los mismos derechos, las mismas posibilidades y los mismos miedos; la cerveza era la que había en el kiosquito, se tomaba del pico y no importaba quién la compraba, ni hablar del maní y de las semillas de girasol. En las casas todo era distinto, el pobre era pobre y el más pudiente la pasaba mejor.
Hoy las veo despobladas, temerosas; muertas.
Hoy son simplemente paradas de colectivos donde la gente presurosa desciende y a la carrera se dirige entre penumbras hacia sus casas. A lo sumo hay una garita de seguridad. En la época de mis abuelos estaba la milonga y el conventillo, en la de mis viejos los clubes y sociedades de fomento, en la mía estaban las esquinas. Hoy tal vez esté Instagram o Facebook, no lo sé, pero todo parece más frío. La sociedad patriarcal sigue existiendo, los hombres son más violentos y cobardes y cada vez hay más desigualdad.