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La maternidad no será hegemónica: Blondi y su desparpajo llamado amor. Por Jazmin Carbonell

Una mujer en un baño atestado de vida le saca piojos a una niña. El movimiento es decidido, sabe usar ese objeto metálico cuyas cerdas tan duras y próximas entre ellas dejan poco espacio a la acción. Lo mueve como si fuera un instrumento musical mientras dialoga con la pequeña frente al espejo. La niña la llama por su nombre y la mujer le dice que no se llama así. ¿Cómo que no? Se pregunta la niña asombrada. Y entonces cómo es. “Tía, me llamo tía”. Claro, ese es el nombre que la amplía. Ese rol que sabe cumplir, que cuida porque mientras que hace la tarea de despiojar habla con la niña de manera profunda, es el que sumado a otras tareas también relativas al cuidado le otorgan su identidad. Su pulso de vida. Esta escena que quizás pocos recuerden porque en ella no hay avance en la acción ni nada por el estilo, es la manera más honesta y simbólica en la que Dolores Fonzi, actriz, directora y coguionista de su opera prima Blondi, enmarca la idea de cuidados cotidianos. Esos que son salvajes, abrumadores, esos que llaman amor pero es trabajo no remunerado.

Blondi es desprolija, irreverente, una madre definitivamente poco convencional, que transita la vida con libertad y desparpajo. Características que se escapan de la norma y que entonces dan pie a los juicios valorativos de siempre. ¿Es verdaderamente una buena madre? Blondi no es el modelo de la maternidad. Es una, solo una, de sus formas posibles, es una historia singular que nos pone en jaque, nos obliga a mirar desde distintos ángulos. Si la primera escena de la película ubica a Blondi con su hijo Mirko en un plano al revés durmiendo en la misma cama luego de una fiesta en la que madre e hijo disfrutaron de la misma forma, como amigos, compañeros de hogar y de ruta, durante el transcurso de la película algo queda claro: Blondi sabe amar, sabe cuidar. Maternará distinto, sí, distinto a lo esperable pero con una profunda creencia en los vínculos. Y a los que les hará honor. Incluso cuando en el momento cúlmine de la película, ella se entere de los planes futuros de su hijo dirá “es una gran noticia que me están dando mal” porque lo que prima en ella es el otro y la confianza.

La contracara de ella es su hermana espléndida, con un matrimonio de años, lindo en apariencia, una casa ostentosa y una vida onerosa, sin problemas a la vista. A partir de ella, Blondi se reafirmará como una luchadora incansable de su propia certeza, con menos crisis existenciales que su hermana perfecta que un día de buenas a primeras se da cuenta de que su maternidad ni fue tan deseada ni la completa como creía. Blondi, en cambio, fue madre a los 15 años por un aborto mal practicado, su maternidad marca un salto generacional a la luz de la ley por la interrupción voluntaria y legal del embarazo reciente. Por eso, en una de esas escenas entrañables del cine argentino, Mirko, de unos escasos 18 años, le pregunta a la madre-amiga-hermana, bajo un toldo, en plena lluvia porteña y en plena organización de una fiesta compartida, por qué lo tuvo siendo tan chica. Ella le revela este dato. Para él, claro, perteneciente a esta nueva generación que cuenta con el bastión de la decisión de la crianza, le resulta casi absurda su prematura maternidad. “Soy un aborto mal hecho, buen nombre para una banda punk”, dice él y ríen en esa complicidad heroica.

El cine no busca, no debe ni quiere ser un ejemplo. Cuenta historias con imágenes y sonidos. Esa es su esencia. Historias particulares, historias que sobresalen, historias que nos hacen preguntas, que nos disparan esas dudas trascendentales a todos quienes amamos, quienes cuidamos. Como podemos. En el medio de la escritura, Facebook me recuerda: hace seis años, hace ocho… Una vida ya infinita en plena maternidad. Se pasa rápido pero a la vez no me acuerdo cómo era sin. Torpe, copio, pego y le mando las fotos a mi hija que, sensible, acopia y agradece. Le digo que la amo y me contesta que ella más. ¿Cómo le puedo explicar que eso es imposible? La tranquilidad ya no existe, es cierto, pero ¿es posible acaso que exista en semejante mar de amores? Y así, una de las frases más sabias que me han dicho se vuelve potente: la flecha de amor que va hacia nuestros hijos es gigante y colmada. Vuelve, sí. Pero finita.

Y ahí, amigos, es el momento de salir a reencontrarse -¿o ya para ese entonces será encontrarse?- Y Blondi lo sabe bien.


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