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Limón y medio. Por Ludmila Fernández Tapponier

Miro como los bomberos apagan la última llama. Hay muchas personas en la calle, en la esquina en realidad, porque la calle está cerrada. Que importa. Suena una sirena. Llega la ambulancia. Estoy sola. Corrí las diecisiete cuadras que hay desde mí casa a lo de Malena. De lo quedo de su casa sacan un cuerpo tapado por una sabana. ¿Cuándo la mire a los ojos por última vez? Su piel es tan suave. Lloro. Lloro y no puedo respirar.


Me apoyo como puedo en un hombre que salió a ver qué pasaba con la policía, los bomberos o los gritos. Me habla, me pregunta, dice cosas, no para de hablar. No hay silencio. La voz de Malena tenía cuerpo, color y sonaba como una canción.

Me siento en la vereda, ahí donde hace unos días tomábamos cerveza y hablábamos de pagar la luz, de que el latón de cerveza es mejor que la lata chica pero no mejor que la de litro. Se calienta la de litro me dijo y tenía razón.


Se prendió fuego viva y está muerta. Lo sé, me estoy muriendo. De alguna manera me muero yo también.


En la casa de enfrente hay un limonero así que frenéticamente arranco todos los limones que puedo, como si fueran caramelos de una piñata. Desesperada me los llevo entre las manos y el buzo y si se me cae alguno no miro para atrás. En la esquina hay un tipo justo debajo del toldo de un almacén que cerró. Tiene un nylon agarrado con un alambre, una frazada, muchas bolsas de consorcio y un tetabric vacío al lado. Duerme. Freno y le dejo dos limones.


Me gusta el fernet con una rodaja de limón así que deambulo buscando un bar abierto en este barrio careta de zona norte en el que nunca elegí vivir. Hay uno, el que tiene el pool, el que no falla. Nos sentamos en la mesa de la vereda, mis limones y yo. Acomodo los tres que sobrevivieron en la expedición y pido un fernet con soda y una rodaja de limon. El dueño del bar que es el camarero también y el que prepara los tragos a esa hora me limpia la mesa rápido, apoya un servilletero de esos cuadrados de plástico de Pepsi con las servilletas que no secan y me deja un cenicero .Para que quiero un cenicero si yo no fumo. Me gustaría fumar. Probé pero me ahogue y a parte no me gusta el olor. Me gusta el porro pero nunca tengo porque seguro que me venden algo y me cagan. De paso no fumo tanto porque gasto más plata en cosas dulces y saladas y abundantes y deliverys que mejor no fumar.


Me tomo el fernet de un trago. Escupo en la calle, ahí, en la vereda y escupo con mucho moco y me pido otro fernet. Miro los limones. Son aburridos. Unas pelotas de tenis viejas . Unas tetas de mentira cuando era chica. Unos malabares. Malabares debería hacer el que duerme a unas cuadras. Malabares en la esquina y pasar una gorra a los autos que paran en el semáforo.

Me terminó el segundo fernet, pago con la de crédito que es la extensión de la tarjeta de mí vieja porque no tengo un peso y vuelvo. Camino por las mismas calles. Me acuerdo exactamente dónde doble, que atajo tomé y dónde tengo que dejar el limón para ver si mañana lo veo en la esquina haciendo malabares.


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