Los límites sólo son los trazos dentro de los cuales sabemos habitarla.
Por fuera de ellos, también ‘hay’ y también es ‘real’.
Por fuera de la bóveda de estrellas que es el límite de nuestro mundo, también hay mundos, tan reales como el nuestro.
Y ninguno de ellos regido por nuestras mismas leyes.
Son inalcanzables. O al menos lo serán hasta que sepamos cómo vivir dentro de sus condiciones.
Alguna vez dentro de nuestro propio planeta hubieron mundos desconocidos, con distintas leyes naturales (distintas alturas y distintas presiones del aire, distintos climas, alimentos y distintas enfermedades).
El mundo no cambió pero nuestra percepción de él sí. Pudimos asumir la libertad para recorrerlo, porque supimos asumir sus leyes y sus límites.
Sabemos prepararnos porque podemos imaginar lo que nos espera. Hoy ya no esperamos que brote agua del desierto, no andamos descalzos por la nieve.
Hoy que estamos listos para ocupar otros mundos, o uno nuevo, que podemos ampliar nuestra conciencia, también parece que no quisiéramos aceptar nuevas reglas del juego. Las dificultades no las aceptamos como parte de la realidad sino como un error en la secuencia de los hechos, una falla en el dictado del tiempo.
Cuando suceden cosas que no suponíamos, para las que no nos preparamos, sé que estamos andando por donde nunca lo hicimos. Lo mejor sería mirar bien, ser testigo de la forma en la que las cosas se manifiestan, especialmente frente a lo que me sorprende.
Por alguna razón creemos que si el camino fuera el indicado debería abrírsenos de par en par.
No hacemos espacio para el imprevisto, nos fastidia perder el control y somos víctima de nuestra propia ley: Una visión muy parcial del destino, recortada de toda la experiencia de vacío e incertidumbre que puede significar el trayecto de ese camino. Somos grandes conquistadores pero no buenos viajeros, la caída libre no nos entusiasma tanto como proclamar la libertad.
Parece fácil obtener el título y ponerse la corona del cambio y la transformación cuando no se percibe la cantidad de renuncias que implica su trayecto. Revolucionarse genera vértigo y es necesario sentirlo, es necesario no sucumbir a las reacciones de siempre, no resistirse ni infundir una falsa estabilidad. Es necesario experimentar el balanceo del movimiento hacia un lugar diferente.
Esta temporada de Acuario viene profundamente marcada por el peso de Saturno su planeta regente. En parte por la conjunción al sol y a la luna nueva en acuario al principio del mes, y en otra parte por la gran cantidad de planetas en el signo de capricornio al mismo tiempo.
Esta temporada viene con una consigna en particular, invita a madurar la idea que tenemos sobre la libertad. Libre no es igual a evasivo ni fácil. Libre se es, al responsabilizarse por las leyes que nos afectan, al considerar la realidad y sus límites, dentro de los cuales en definitiva es que vamos a manifestar y crear. Libre es la energía pero no ilimitada.
Libre es el movimiento para quien pueda mantenerlo. Y presos solo somos del miedo, que paraliza más que cualquier límite real.
La energía que siempre es libre, cuando no encuentra por dónde abrirse paso pierde su fuerza creadora y se vuelve sumamente destructiva de lo que la retiene, necesita de su descarga constante para mantener su fuerza. Las descargas fuertes de energía necesitan de algo real donde descargarse, como los rayos eléctricos.
Para mantener una fuerza que puede llegar a ser sumamente destructiva, de forma creativa, la acercamos a lo concreto en dónde precipitarse. Necesitamos de lo real y su naturaleza limitada para trazar nuestros movimientos, necesitamos de la realización de nuestros proyectos y por eso necesitamos conectar con la realidad tal limitada como concreta.
En este me nos deseo tiempo y presencia para integrar la idea de que acuario también es Saturno, para investigar la forma de interactuar con el límite sin estrellarse contra él.