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Mi libro. Por Graciela Uribarri

El día 17 de marzo de este año Graciela Uribarri, vecina de Mar Azul, presentó su libro de cuentos titulado ‘’Mi libro’’, cuyas ilustraciones fueron realizadas por la artista plástica Gloria Audo y su contratapa escrita por la poeta Mónica Sifrim.

Laura Guevara, profesora de Literatura, estuvo a cargo de la presentación.

Adolfo Bischoff y Fernando Balbi acompañaron el encuentro leyendo cuentos de ‘’Mi libro’’.

El evento contó para su organización con María Domínguez de la librería Alfonsina.

Grata velada que se realizó en el Resto-bar ‘’La ola’’ de la localidad de Mar Azul.

Los patines

Mi prima, que vivía en la otra cuadra de mi casa, cuando se enteraba de que el domingo mi papá me llevaba a la fábrica, no dejaba de atormentarme y llenarme de miedos. Mi prima era mayor que yo unos tres años y tenía la maldita costumbre de aprovecharse de mi facilidad para asustarme de cualquier cosa. Ya se preparaba desde el sábado. Venía a mi casa, la muy zorra, esgrimiendo cualquier excusa con tal de lograr su cometido. Yo ya empezaba a transpirar cuando la veía. Usaba unos anteojos culo de botella, y los ojos se le transformaban en dos puntos profundos y brillantes en el fondo del vidrio, que me causaban espanto. Se hacía la buenita cuando estaba mi mamá delante, pero encuanto se iba empezaba a torturarme; yo ya me la veía venir y entonces trataba de pensar en otra cosa. Pero ella se largaba al ataque. Me decía, por ejemplo, que en la fábrica una máquina había transformado a una chica en un cono de hilo o que a otra la rectilínea la había convertido en una camiseta. Porque la fábrica era de tejidos de punto. Ocupaba una manzana en Gerli y allí se tejían telas con las cuales se fabricaban camisetas de interlock. Mi papá era capataz en ese momento y los domingos a la mañana se reunía en la fábrica con los otros capataces para organizar el trabajo de la semana. A mí me encantaba ir porque me llevaba mis patines y mientras duraba la reunión yo patinaba entre los telares, solamente se escuchaba en el silencio de la mañana el suave deslizamiento de las ruedas. A los telares se los llamaba “circulares” porque eran redondos y al girar en círculo dejaban caer lentamente la tela tejida que se depositaba en un plato también circular. Había otros lugares donde estaban las máquinas overlock, las máquinas de hacer ojales, la de pegar botones, los talleres de corte, de planchado, de devanado del hilado, y otras que no me acuerdo.

Ese sábado, después de haber soportado estoicamente las más diabólicas fantasías de mi prima, tomé una decisión y la invité a que me acompañara a la fábrica, sí, que fuera conmigo y que, si quería, llevara sus patines. No pude dormir en toda la noche, el miedo y el desafío me desvelaron. Ella llegó más temprano de lo convenido a mi casa trayendo unos bizcochitos que sabía eran los preferidos de mi padre. Nos subimos los tres al negro Chevrolet 37 y partimos. Yo no hablé una sola palabra mientras ella, queriéndose ganar como siempre la simpatía de mi papá, no paraba de hablar. Le preguntaba haciéndose la interesada por los tipos de hilado, las distintas agujas de las máquinas, y qué sé yo cuántas pavadas más.

Había comenzado a llover, y por eso tardamos más que de costumbre. El encargado al vernos llegar nos acercó un paraguas y así, entre empujones, porque no cabíamos los tres debajo del paraguas, entramos a la fábrica. Ernestina era la primera vez que iba. Y yo, la primera vez que la invitaba. Quedamos solas, ella y yo, sus patines y los míos. Adelante se abría como una gran boca el taller de los telares circulares.

Yo la miraba disimuladamente y ella se hacía como que ya conocía todo. Como siempre, con ese aire de superioridad que a mí me reventaba. De todas maneras eso exacerbaba mi bronca y agilizaba mis ideas, así que no me venía del todo mal esa postura de “yo no fui” que muchas veces me hacía quedar como culpable. Culpable no sería nada, sino castigada como el día que dijo que era yo la que le había arrancado la verruga del dedo índice y se la había hecho comer.

Para ponernos los patines nos metimos en los vestuarios de los telares. Ernestina hacía poco que había aprendido a patinar, aunque por supuesto lo disimulaba a más no poder.

Yo conocía perfectamente todos los circuitos por donde podía pasar cómodamente patinando, pero por supuesto ella arrancó primero haciéndose la superada.

Esperé unos minutos antes de seguirla. Siempre manteniéndome a una distancia prudencial la dejé que se alejara. Solamente se escuchaba en el silencio de la mañana el suave deslizamiento de las ruedas.

Deben haber pasado unos minutos desde que la había perdido de vista. Minutos suficientes como para recordar todas las angustias que me provocaban sus aires de suficiencia haciéndose la sabionda y yo quedando como una paparula delante de todos en los cumpleaños familiares. Dejé que pasara el tiempo y me dediqué a ajustar las tiras de mis patines. Ya la lluvia se había convertido en una tormenta impresionante y los truenos sacudían los vidrios de las claraboyas del techo.

No podía dejar de imaginar cómo se las arreglaría si tomaba por los pasillos que llevaban a la tintorería, pues allí había una curva brusca que terminaba en enormes bateas con colorantes donde se teñían rollos de telas crudas. Peor si se le había ocurrido tomar por el desvío donde se parafinaban las madejas de hilado, pues el piso estaba lleno de parafina. Ya saboreaba mi victoria después de tantos sinsabores, porque además nadie se daba cuenta en la familia de todas las humillaciones a que me sometía. Las disimulaba tan bien que si yo hubiera hablado hubiera quedado como una mentirosa. Hasta a mi tía Celia se la había metido en un bolsillo a pesar de que ella era psicóloga y se dedicaba a niños con problemas de personalidad. Bueno, no sé si era solo conmigo porque a Ricardo, el hijo del contador de la fábrica, una vez le dijo que ella estaba aprendiendo peluquería y le pasó la maquinita por la cabeza, de tal forma que el chico no salió de la casa creo, no me acuerdo bien, por un mes. Mientras me ajustaba los patines mi mente trabajaba a mil por hora y ya estaba pensando en formar algún grupo con todas las víctimas de las maldades de mi prima. Así no me sentiría tan sola e indefensa. La unión hace la fuerza. Habrán pasado minutos, horas, años o meses. Lo único que me acuerdo es que apareció mi papá delante de mí trayendo de la mano a Ernestina teñida de amarillo.


‘’Mi libro’’

gracielamabeluribarri@gmail.com

Se consigue en Alfonsina Libros Mar Azul

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