I
En 2009 comencé a producir dos películas dirigidas por Gastón Solnicki: una terminó llamándose Papirosen y la otra quedó inconclusa. Ese segundo proyecto era sobre Miguel Najdorf, abuelo materno de Gastón y gran ajedrecista internacional. Una persona que atravesó el Siglo XX completo y dejó una vida casi inabarcable. Durante meses investigamos y filmamos varias secuencias de la película pero nos enfrentábamos a un problema muy particular y preciso: la extrema dificultad de filmar una actividad tan cerebral y tan poco cinética. La complejidad (y el interés) del ajedrez -lo sabe cualquier persona que haya jugado al menos una vez-, no es visible, el carácter deportivo del juego es de naturaleza estrictamente mental. Pasa mucho, pero no vemos nada. El cine nos pide ver, al menos algo.
II
Sabíamos que Bent Larsen, un top ten danés de la década del setenta, vivía en Buenos Aires. La mayoría de nuestros personajes eran contemporáneos de Najdorf y por ese motivo, cercanos a los cien años. Larsen era relativamente joven y además de su testimonio, nos daba la posibilidad de bajar el promedio de edad de los otros personajes y de esta forma, salvarnos del carácter melancólico que el cine suele tener. Las películas siempre retratan personajes y sucesos varios años más tarde de haber sucedido y nuestro proyecto ya tenía un carácter geriátrico desde el inicio. Al encontrarnos ocupados con las dos películas en paralelo y sin la posibilidad de salir a filmar con Larsen en esos momentos, decidimos posponerlo algunos meses. Gastón, entonces, me preguntó por la salud del ajedrecista danés. Una pregunta casi imposible de responder por lo específica. Muy azarosamente, mi abuelo era su cardiólogo. Entonces lo llamé. Larsen está bien de salud, me dijo y yo a su vez, le transmití el mensaje a Gastón. Todo lo bien que un hombre de su edad puede estar, añadió. En el transcurso de ese mismo año, Larsen falleció de una hemorragia cerebral.
Algunos años antes, mi abuela había quedado sorda de ambos oídos y tenía un implante coclear de marca danesa. El aparato dejó de funcionar al poco tiempo y la empresa no atendía a los reclamos. Hasta que Larsen envió una carta a la empresa en Dinamarca, donde él era poco menos que un héroe nacional, con estatua incluida, y mi abuela recibió un nuevo dispositivo.
III
Con Gastón viajamos a Punta del Este para hacer trabajo de campo y filmar a fines de ese mismo año, cuando se terminaba la primera década del Siglo XXI. En una misma manzana se encontraban el Casino, un bar –donde los antiguos croupiers ahora eran mozos- y el edificio Santos Dumont, donde Najdorf tenía un departamento a menos de cien metros de las mesas de póker. Entramos al edificio y subimos hasta el sexto piso, Gastón no recordaba el número de departamento así que empezamos a recorrer un largo pasillo, hasta que dimos con una puerta que tenía un llamador con la forma de una pata de mono. Era el correcto. Y sus dueños nos abrieron la puerta, eran los mismos que habían comprado la propiedad en 1997. Mis abuelos también habían pasado un verano en el Santos Dumont, a fines de los noventa, recuerdo haber almorzado con ellos después de la playa, el departamento se los había prestado un paciente, no Larsen, otro, también muy generoso.
Después de esa pata de mono, fueron llegando otras llaves que nos dejaba Najdorf o Michi, como le decíamos cariñosamente con Gastón, a partir de su nombre impronunciable en polaco: MieczysBaw. En el cine documental, a diferencia de la ficción, siempre nos vamos a sorprender, en mayor o menor medida, por la aparición de elementos que no teníamos contemplados. O, que tal vez, ni siquiera conocíamos.
IV
Antonio Carrizo fue presidente de la Federación Argentina de Ajedrez y también conductor de Los grandes, un programa de televisión allá por los años ochenta. En una entrevista con Najdorf, juegan una partida a ciegas y en otro bloque, el gran ajedrecista reproduce, con variantes incluidas, su famosa partida conocida como La inmortal polaca, donde luego de sacrificar todas las piezas fuertes, da mate con un peón. Fue hermoso.
Otra noche, también en Los grandes, Carrizo entrevista a Sandro. Y le cuenta que Bobby Fischer lo vio cantar en vivo en Estados Unidos y se volvió muy fan. Al punto que, en 1972, desde Reykjavík, durante la Final del Mundo contra Boris Spassky; en un match, que podríamos decir, fue la sublimación de la Guerra Fría, Fischer llama a Carrizo por teléfono y le pide escuchar temas de Sandro.
V
Durante los años setenta, Bobby viajó en más de una ocasión a Buenos Aires y mantenía un vínculo fuerte con Najdorf y la comunidad argentina de ajedrez. Hay fotos bellas y melancólicas de Bobby en ItalPark, siempre solo y perdido, dialogando únicamente con su tablero de ajedrez de bolsillo.
VI
Regreso a la película de Najdorf. Transcurría el año 2010 y se desarrollaban diversas actividades en torno al Bicentenario argentino. Alguien tuvo la idea de juntar a dos ajedrecistas: Franz Bënko y Aaron Schvartzman. El primero de noventa y nueve años y el otro de ciento uno, jugaron, claro está, La partida del Bicentenario. Si bien no la vi, puedo imaginar el final:
-Jaque.
-¿Qué?
-Jaque.
-¿Qué?
-...
Terminó en tablas.
Estos dos personajes también fueron parte del material que filmamos para ese proyecto. Bënko vivía en Ciudad Jardín y había sido bibliotecario toda su vida y creador de problemas de ajedrez, había compuesto treinta mil, en cientos de cuadernitos rojos. Nos contó que era el socio vivo más antiguo de una sociedad alemana de ajedrez, era miembro desde 1928. También era el único espectador sobreviviente del match jugado en Buenos Aires entre Alekhine y Capablanca. Falleció pocos meses después de la entrevista que le hicimos. Su mayor logro ajedrecístico: haberle ganado un partido de blitz a Fischer. Fue como ganarle un set a Federer, nos dijo.
Aaron Schvartzman, había llevado una vida muy diferente. Era médico cardiólogo y fue campeón durante la década del treinta. Dejó el juego porque no lograba componer una vida que reuniera la medicina con el ajedrez. Siempre lo habían llamado Ramón. Nos explicó que había nacido en un pueblo de La Pampa, su familia era la única judía y sus padres escondieron su nombre hebreo por temor. El asunto es que ya habían pasado noventa años y su esposa lo seguía llamando así. Aaron murió algunos años más tarde, a los ciento cuatro.
VII
En 2002 se dio un hecho curioso. Nigel Short, ajedrecista inglés de gran nivel, juega una partida online contra un jugador anónimo. Luego de analizarla, en base al resultado y a ciertos comentarios de su oponente, Short, dedujo que se trataba de Bobby.
El comienzo de la partida es muy interesante, Bobby -si es que se trataba de él-, mueve su rey en tres movimientos casi seguidos por fuera de su línea de peones. Es decir, expone su rey, exáctamente lo contrario a lo que se debería hacer: proteger al rey. Lo llamativo es que pocos movimientos más tarde, Bobby, -yo no tengo dudas de que era él-, genera un enroque artificial algunas filas más cerca del centro del tablero, cubriendo a su monarca con algunos peones adelantados. El match, eventualmente, fue ganado por un Fischer anónimo.
VIII
Bobby, que era judío y antisemita, una persona cuyo diagnostico seguramente lo hubiese ubicado dentro del espectro de alguna patología mental, murió a los sesenta y cuatro años en Islandia. Justo la misma cantidad de casilleros que tiene un tablero de ajedrez. Se dice que sus últimas palabras fueron: nothing is so healing as the human touch.
Vuelvo al pasado por última vez: Después de ganar la Final del Mundo contra Spassky, Bobby es entrevistado por la televisión. Tenía sólo veintinueve años y ya le había ganado a todos. En la entrevista se lo ve envejecido y también un poco distraído. Le preguntan qué va a hacer ahora, que es campeón. Bobby, muy serio, responde: jugar más al ajedrez, creo todavía no jugué lo suficiente.