Por Federico Navascues
—¿Vamos o no?
Vamos mi amor, si mis viejos son copados. Son resencillos y abiertos. Bah, tienen ese aire de cultura, ese no sé qué que atraviesa a los artistas, más cuando cumplen sesenta. Son divinos. Mi vieja es un poco más joven pero se complementan. No vas a notar la diferencia. Del lugar qué te puedo decir, el mar pasa desapercibido frente al bosque que se emancipa detrás del médano. Es realmente imponente. La construcción es cálida; es un pequeño pueblo con gran corazón.
—Vamos Sofi, dale. Quiero conocer. Además me encanta que tengan esa personalidad tus viejos. En un mundo cada día más cerrado está bueno conocer gente abierta, sin tantos prejuicios; simple y compleja. En realidad, esa simpleza que se gana con años de complejidad.
—Solo te digo, bueno, te advierto: No te asustes de sus amigos: El Rana, El Flaco, Pedrito, El Negro, Tony, Jotaefe y mil quinientos vagos más. Ya los vas a conocer. Son de fierro pero son más personajes que personas. Son habitantes de cuentos. No sé… los tenés que tratar y te vas a sorprender.
—Sofi, mi vida, nací en Lanús. Me crié en un barrio. Un barrio del primer cinturón urbano. No había aristócratas en las calles ni tampoco grandes pensadores. Era un lugar de laburantes. Con su cultura, obvio, cosa que no regalo. Lanús es una estampilla difícil de conseguir. En esos barrios se siente lo criollo y late lo inmigrante. Cómo explicarte, se vive esta Argentina plural y patriota, con sabor a muchas culturas. Es el barro de cambalache. ¿Creés que no había personajes? Por cuadra tenías dos o tres; uno era mi abuelo. Otro era López. ¡Qué gran tipo! Venía de visita a casa y se mandaba unos debates con mi mamá que ni te cuento. El café volaba y los problemas sociales tenían su acabada solución. Siempre con mameluco, vestido de obrero. Creo que Marx cuando se refería al proletariado lo hacía pensando en laburantes como López.
—Bueno dale, el finde vamos. Ya hablé con mi tío que no es mi tío de sangre. Él nos va a prestar la casilla donde trabaja de guardavidas para que podamos dormir una noche en la playa. Ya vas a ver lo bello que es todo desde allí; el viento, la arena, la luna… creo que hasta la lluvia, que tanto jode, parece el capricho de un gran artista; un sinfín de pinceladas...
... Ya estamos llegando. Seguro vamos a dormir en la cabaña, que no está alquilada. Es muy acogedora. Mañana desayunamos en familia, después playa, luego a cenar a Amorinda y finalmente playa otra vez, simplemente para ver ese óleo desde los médanos. Me parece que están mis tíos y primos de Bariloche. Así que vas a tener la suerte de conocerlos. La gran familia Campi.
—Qué buena onda toda tu gente. Ni hablar tu tío y El Rana. Qué genios. Mañana arreglamos incluso para ir a nadar. Viste que hice el curso de guardavidas, así que vamos a hacer unos largos en mar abierto. Están entrados en años pero se mantienen en forma parece.
—¡Qué bueno! ¡Son lo más! Yo te dije que eran increíbles. Te vas a divertir. Hasta mañana mi vida, que descanses, te espera un día largo y lleno de aventuras. Además no te olvides que a la tarde vamos al faro. Recordá eso por favor.
...¿Qué pasó Fede? Parecés cagado a escobazos. ¿Fuiste a nadar? Estaba relindo el día. El mar estaba celeste aunque un poco frío. Yo estuve con Javi y Anita, fuimos a Villa Faraz a tomar algo. Vino también el Mariscal. Qué viejo divino ese, parece tallado a besos y carcajadas. Un amor. Inteligente el guacho, también calentón. Bueno, contame.
—La verdad es que tu tío de Bariloche me parecía un rengo de mierda y el otro una escoba con cuatro pelos, un galancito ribereño caído en años. Ambos amables, entradores, queribles… qué sé yo. Sinceramente pensé que me iba a sobrar. Ahora me doy cuenta que se cagaron de risa de mí. Arrancamos a nadar y no los vi más. Te juro que a mí me llevaba la marea y estos guachos se agarraban de cadenas para avanzar en un mar que de amable no tenía nada. No me preguntes más. Un papelón. Lisa y llanamente mi título de «lifeguard» no vale un carajo. Estos dos viejos me cagaron a palos. Para colmo desde la orilla me miraban preocupados a ver si salía o me tragaba un chupón. ¡Qué hijos de puta!
... Querés que te diga lo peor, bah, quizá lo mejor, tal vez lo más raro. Cuando llegué había mil personas en la playa esperando a ver si yo, tu nuevo novio, salía del mar. No me explico cómo al hacer pie en la arena nadie dijo nada, siquiera una gastada. Todo era normal. Yo, recién llegado, con un debut paródico, era uno más en un mundo que por alguna razón conocía o creía conocer, un universo que se abrió como una flor; un crisol de locuras, risas y entendimientos; solidaridad y amistad. No sé mi amor… Por un instante sentí que nadando era un desastre pero que ese desastre me había conducido a un lugar un poco mágico. Sé que me vas a decir que me pongo cursi. La verdad es que no. Nos topamos en este caminar con seres increíbles y lugares sorprendentes. Uno no sabe dónde ni cuándo, pero esos colores de tanto en tanto pulen tu sendero, zurcen tus heridas.
... En más, no sé por qué te cuento esta historia ahora, casi dos años después. Este relato debía ser gracioso. Tenía que tener chispa. La verdad es que cuando recuerdo la anécdota me rompen mil sentimientos. Quizá tu viejo alguna vez me pidió que la cuente de nuevo, tal vez vio un vestigio de arte en estos dedos jurídicos. No sé. Tal vez ésta sea la peor anécdota, quién te dice. Ahora, acá adentro, en el cuore, me la llevo, con todos los detalles, con todos los pinceles y colores.
La última ola tal vez no sea la última. Muy probablemente llegue una más.
Para JPT