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Nos encontramos en la esquina De tal y Juan Forn. Por Flavia Pittella

Actualizado: 11 sept

Juan Forn murió aquí, en Mar de las Pampas, un domingo 20 de junio y era el día del padre. Regresaba de un festejo en casa de amigos y volvió a su hogar, caminando por las calles de Mar de las Pampas. Lo esperaba otra amiga para tomar el té. Seguramente iba a salir de su casa caminando las pocas cuadras que lo separaban de ella. Es lo que hacía Juan en Mar de las Pampas, caminar sus calles, disfrutar de la caminata hasta el mar, de regreso del mar. Y así como si nada, en un atrevimiento del destino, esa tarde del día del padre Juan murió en Mar de las Pampas.

Juan Forn no es de Mar de las Pampas. O, mejor dicho, no es solamente de Mar de las Pampas. Juan Forn le pertenece a toda la comunidad literaria hispanohablante del planeta. Juan el poeta, Juan el editor, Juan el novelista, Juan el que se comía el mundo y lo expresaba en palabras. Juan de los viernes… A Juan le debemos la locura de toda su obra y le debemos además muchos de los autores que hoy disfrutamos porque él los descubrió, los exprimió de la manera más amorosa y los guio hacia la luz de sus textos. Juan amaba compartir el placer por la lectura, Juan incorrecto, Juan desbordado, Juan profundo como un océano. Juan, que murió en Mar de las Pampas, lugar que eligió para vivir, un día del padre por la tarde.

A Juan Forn le debemos la existencia literaria de Mariana Enríquez, de Camila Sosa Villada. Juan Forn publicó y difundió insistentemente autores de la talla de Matilde Sánchez o Fogwill, Tomás Eloy Martínez, o Alberto Laiseca. La interminable lista que hoy cualquiera escribiría de narrativa argentina de la segunda parte del siglo XX la construyó Juan Forn.

Juan nos regaló su literatura. “Nadar de noche” es mi libro preferido, pero “Yo recordaré por ustedes” es un libro fundamental para la cultura argentina porque reúne la médula de Juan Forn. Su ADN queda plasmado en ese libro. Todo Juan Forn. Lean a Juan.

¿Y qué le regalamos nosotros, sus últimos vecinos, los que disfrutamos su risa pícara, sus tardes de charlas y tés, el verlo pasar en sus caminatas, fumar sus cigarros y ver la luz en esos ojos tan vivaces que enamoraban?

Por mucha modernidad, posmodernidad, aceleración del tiempo o ritmo vertiginoso de las comunicaciones seguimos siendo, en gran medida, los lugares que habitamos. El ritmo descorazonado de los días que vivimos alcanza una velocidad que nos desprende de la tierra, como una fuerza centrífuga y nos hace perder un poco el norte, perder lo importante, olvidar que somos la tierra que pisamos. Y entonces, quiero detenerme a pensar, a pisar bien fuerte sobre las arenas de Mar de las Pampas y mirar hacia arriba, hacia los pinos, hacia el cielo. Quiero caminar hacia la playa y pensar en los que no están entre nosotros ahora, no en este plano, pero siguen estando. Y pienso que si hay algo que podemos regalarle a Juan es que siempre haya alguien que, al doblar en una esquina cualquiera, desprevenido, se encuentre caminando por una calle que se llame Juan Forn y que piense ¿Juan Forn? ¿el escritor? ¿El de las contratapas de Página/12? ¿En Mar de las Pampas? Y entonces llegue a un restaurante, a un almacén, un bar o un negocio, a la oficina de turismo y pregunte ¿por qué le pusieron Juan Forn a la calle? Y todos podamos decir con mucho orgullo que Juan fue miembro de nuestra comunidad, y que nombramos una calle en su memoria como un regalo colectivo. Nombrar una calle en su nombre es nuestra forma de agradecerle por su arte y también por su hermosa presencia en nuestro pueblo. Y así, que transcurra el tiempo y que se nombre Juan Forn casualmente, sin solemnidad, como algo dado. Tal persona, que alquiló su casa sobre Juan Forn. O, nos encontramos en la esquina de tal y Juan Forn.

Las calles de un pueblo cuentan su historia, narran su presente y su pasado. Recuerdan a los que ya no están con la constancia inapelable de los mapas y entonces, ese tiempo voraz se detiene, desacelera y nos ayuda a bajar a la tierra, a arraigarnos al lugar y, con la tranquilidad que da el sentir los pies en la arena, poder pensar mejor, sentir mejor y decirnos una y otra vez que somos una comunidad, que no estamos solos, que reconocemos y nos duele cuando alguien ya no está y que honramos su memoria. Porque si no tenemos eso no nos queda más que la soledad.


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