Carlos miró a su hija soplar las velas de su enorme torta de cumpleaños, y se preguntó cuándo había pasado todo el tiempo necesario para que su pequeña María cumpliera cuarenta años. Toda la familia estaba reunida en una quinta en Pilar que María y Juan, su esposo, habían alquilado para festejar el gran evento. Era un sábado de octubre espectacularmente despejado, y Carlos deambulaba por el predio evitando a su ex esposa y a su flamante nuevo noviecito. Le parecía tan extraño que ese tipo diera la cara en la fiesta, lo detestaba. Lo único que le gustaba del asunto era que su ex esposa había dejado libre el PH de Gurruchaga y que él podría alquilarlo, para sacarle algunos pesos a esa propiedad. Se había divorciado hacía cosa de dos años, pero no había salido con otras mujeres todavía. Se había casado muy joven, a los veintipocos. Ahora se preguntaba si había sido buena idea, pero estaba orgulloso de María, abogada como él. Y eso era suficiente para decirse que sí, que había sido buena idea. Carlos pasó el día jugando con sus nietos, Carlita y Lolo, que lo adoraban. Le pedían a gritos que jugara al fútbol con ellos, y el abuelo los complacía. Ya varios años atrás su pelo se había teñido de gris, y luego de blanco, pero conservaba una cierta juventud, mezcla de mucha energía física y aparentar unos años menos.
Antes de irse de la quinta, se acercó a María para darle un beso y un abrazo. La hija le comentó que le gustaría que salga con mujeres, que tenga novias, que sea feliz. Carlos le sonrió, y le explicó que hacía más de cuarenta años que no invitaba a salir a ninguna muchacha, que le iba a tomar un poco más de tiempo. María le dijo que existían aplicaciones para el celular que resolvían ese tema, que ayudaban a conectar a las personas. Le mostró el nombre de las dos que conocía y le dijo que la madre de Juan había conocido a su pareja actual de esa manera. Carlos le dijo que lo iba a evaluar, pero en el fondo le parecía extraño, lejano.
Unas semanas después del cumpleaños, Carlos se encontró con que no tenía ni un solo plan para el fin de semana. María y su familia se habían ido a pasar unos días a la casa de campo de sus suegros, y sus amigos Tito y el Negro ya tenían compromisos previos. En fin, el sábado a la mañana parecía que el aburrimiento no iba a aflojar. Entonces, Carlos recordó las palabras de su hija e instaló una de las aplicaciones de citas para el celular. Se pasó la mañana entera aprendiendo cómo funcionaba la aplicación y dedicó la tarde al armado de su perfil. Quería mostrarse como un importante abogado, así que se describió como un apasionado de su profesión y subió fotos en su oficina de Tribunales, vestido con su traje gris. Cuando terminó de editar su perfil, le pareció que había hecho un buen trabajo y se felicitó con una caminata por plaza Francia acompañada de una pequeña parada en la cafetería del Negro, donde leyó un rato el diario, y charló con el mozo de toda la vida mientras se tomaba un whisky a las piedras.
Al volver a la casa, pidió un delivery de sushi, se sentó en el sillón grande del living y se lanzó a ver perfiles de mujeres en la aplicación. Qué sorprendente la cantidad y la variedad de los perfiles, pensó. Se tomaba su tiempo para leer las descripciones, estudiaba las fotografías y se convencía de las historias que armaba sobre la vida de cada una de las mujeres que encontraba. Algunas le gustaban, y se lo indicaba a la aplicación. Cuando llegó la comida, dejó el celular a un lado.
El domingo, cuando se levantó y abrió el celular, se encontró con que varias mujeres lo habían seleccionado a él también, y le habían hablado. Se sintió deseado como hacía años no le pasaba. La mañana del domingo habló con tres mujeres, y una en particular le llamó la atención. Se llamaba Ana, tenía unos pocos años menos que él, era médica clínica, le gustaba caminar, tomar whisky y tenía una hija de la edad de María. Ana y Carlos tenían mucho para hablar, y así lo hicieron toda la tarde. Cuando estaba bajando el sol, quedaron en verse personalmente esa misma noche. Carlos sugirió que se encontraran en el bar del Negro, un reconocido lugar de Recoleta, y a Ana le pareció buena idea. Carlos se bañó, se puso perfume, un buen traje y caminó las pocas cuadras que tenía hasta lo del Negro.
Ana lo esperaba en la puerta del bar, era una mujer llamativa, de pelo liso negro, y ojos oscuros. Llevaba un vestido negro que marcaba su cuerpo. Se sentaron en la mesa habitual de Carlos, pidieron un whisky cada uno y siguieron la charla de la tarde. Carlos le estaba contando a Ana sobre su hija y sus nietos, le mostró las fotos que se habían sacado en el cumpleaños y le confesó que nadie le hubiera parecido suficiente para su María, pero que Juan era un buen esposo. Ana le habló sobre su hija Florencia, de treinta y cinco años, doctora en química. Le contó que trabajaba para una empresa de agroquímicos y estaba haciendo una muy buena carrera profesional, pero que su vida personal era un poco caótica. Hacía años que Florencia cortaba y volvía con el mismo hombre, un físico que tenía unos pocos años más que ella. En realidad, se sinceró Ana, el físico era su amigo, y quizás eso complicaba las cosas. Justo dos días atrás se habían juntado a tomar un café y el físico le había dicho que estaba buscando un PH por Palermo para mudarse. Carlos enmudeció por un rato, le tomó un tiempo procesar que Ana era amiga de la ex pareja de la hija. Le preguntó si a Florencia no le molestaba y Ana respondió que no, que eran amigos hacía varios años. Carlos tomó un sorbo de whisky y le preguntó a Ana si el físico era un buen inquilino, una persona seria, confiable. Ana le dijo que sí, que era una persona confiable. Carlos le explicó la situación con el PH, y Ana le mandó un mensaje al físico preguntándole si le interesaba. La respuesta fue inmediata, Carlos había conseguido un inquilino.
Carlos se sentía muy a gusto con Ana, la conversación era fluida. Se interesó mucho por las historias de los diferentes pacientes que habían pasado por el consultorio de la médica. En particular por un caso, donde Ana había aconsejado a un paciente hacerse estudios para detectar cáncer de próstata, pero el paciente se rehusó y falleció. La hija del paciente le había iniciado un juicio a Ana, que la preocupaba. Carlos le dijo que su estudio se ocupaba de esa clase de casos. Ana lo pensó un poco, le agradeció y le pidió que le diera los detalles del estudio de abogados.
Salieron del bar a la medianoche, riéndose de todo lo que había pasado en la salida. Ambos la habían disfrutado. Carlos acompañó a Ana unas pocas cuadras hasta la puerta de su casa, y la despidió con un beso y los arreglos para una segunda cita. Paquete completo, pensó Carlos. Novia, clienta, inquilino. María tenía razón, las aplicaciones funcionan para conectar a las personas.