Los axiomas son aquellos enunciados que resultan tan evidentes al conjunto que no necesitan demostración. Uno de ellos políticamente tan en boga los últimos tiempos es la “unidad en la diversidad”. Desde “El Principe” de Maquiavelo, allá por el lejísimo siglo XVI, que la acumulación de poder se institucionalizó al fragor del “divide y vencerás”. Este otro axioma se tornó en una constante necesaria para ganar y mantener el poder mediante la ruptura en piezas de las concentraciones más grandes, las cuales obviamente tienen individualmente menos energía de transformación. Es cierto, la búsqueda de la unidad merece respeto, ser emocionalmente empáticos, practicar la alteridad, buscar incansablemente consensos y sobre todo mucha paciencia para deglutir sapos que bajo otro principio rector no estaríamos dispuestos. Pero lo imprescindible es que la búsqueda de la unidad tenga un claro norte de un ¿para qué? más que un ¿cómo? o un ¿cuándo?
Bajemos la teoría academicista al terreno de lo pragmático, de lo territorial y cercano, para poder entenderlo. Nuestro municipio o partido, ya acá empezamos a ver las incongruencias semánticas, supone una unidad de extensión territorial continua, en la que se sitúan una o más localidades respondiendo a un sistema de ejidos urbanos o rurales colindantes, regidos administrativa y políticamente desde un poder ejecutivo y deliberativo elegido por el soberano. Ahora bien, el partido está formado por partes, unidades territoriales que responden más a lo identitario y cultural que a una delimitación estricta por unidades productivas, idiomáticas o religiosas ¿cuál sería la diferencia entre los ciudadanos de Monte Rincón a los de La Carmencita o a los de Barrio Norte? a pesar de sus diferencias socioeconómicas y de clase, si les preguntáramos responderían seguramente que son todos Gesellinos. ¿Qué responderían los habitantes de las denominadas localidades del sur, Colonia Marina, Mar de las Pampas, Las Gaviotas o Mar Azul?, ahí sí no me aventuro a responder por un criterio de unidad identitaria, y no me refiero a una absurda y latente tensión autonomista o separatista, sino a que culturalmente estas comunidades se forjaron de manera diferenciada a las de la villa. La génesis y consolidación de las del sur respondieron en su gran mayoría a emigrados de otras latitudes y no a residentes históricos que, a mi humilde entender, cortos de miras no apostaron a largo plazo por estos médanos lejanos e inhóspitos.
¿Podemos referirnos hoy a una incipiente unidad política, cultural y productiva de estas comunidades a través de sus instituciones intermedias? ¿existe esa consigna rectora de un para qué lograr una unidad a pesar de las borrosas diferencias? ¿será verdad que el todo, en su sinergia de transformación, es siempre más que la adición de sus partes? De eso se trata la búsqueda de la unidad a pesar de la diversidad, de encontrar aquello que nos une, y trabajar desde allí, para que las diferencias no se tornen insalvables.
Los invito a pensar y actuar en consecuencia articulando los mecanismos necesarios para que, en la voluntad de la unidad, el poder de transformación de nuestras necesidades irresueltas tome visibilidad y nuestra voz se transforme en voto. Las correlaciones de fuerza son fundamentales en política, la unidad es eso, fuerza transformadora no en contra de algo sino a favor de los intereses de muchos. De ahí la cita poética de mi amigo Gabo Ferro, “partido al llegar, entero al irme”, llegamos hasta aquí partidos, espero que en ese ir nos encuentre enteros.