—Podés dejar tu bici acá, al lado de la mía— le indicó Javier a Manuel, y le mostró el espacio de la cochera donde guardaba su bicicleta. —¡Qué linda! ¿Es la Flamah de Aluminio?— le preguntó Manuel cuando la vio. —Sí, es la tope de gama del año pasado —le contestó. —¿Liquidaste el sueldo de un año en una bicicleta? —inquirió Manuel. —No, yo no —le respondió Javier. —Fue el regalo de Carla para nuestro quinto aniversario. Ella trabaja para Binder. ¿Te lo había contado? Se debe haber gastado el primer sueldo de su ascenso. Ahora es directora del área de ciencia de datos—. Manuel miró a Javier con ojos grandes y la boca semiabierta. —No tenía idea de que Carla fuera tan genia. Solo sabía que era una buena programadora, pero que sea una directora en la app de citas con más usuarios en el mundo, ¡es tremendo!— Manuel hizo una pausa y siguió— ¿Va a venir a la cena de hoy con el grupo? —Bueno, de eso te quería hablar. Vení, subamos— le propuso Javier.
—¿Está bien dejar las bicis acá, tan a la vista de la calle?— le preguntó Manuel, mientras los amigos se acercaban a la puerta de la escalera, que daba al vidrio de la entrada del edificio. —Sí, no hay problema— le aseguró Javier— Hay custodia policial las veinticuatro horas. Ahora no veo a la oficial, pero va a volver dentro de poco. —¿Vive alguien importante en la cuadra? Digo, ¿por qué la policía se instalaría todo el tiempo?— preguntó Manuel. —No, no creo que viva nadie importante. Mirá, ¿ves el dúplex de enfrente?— y le señaló una casa con dos puertas— Arriba vive un papá, y abajo su hijo. Pareciera que se odian, y se llevan muy mal. Incluso hubo varios ruidos violentos el año pasado— Javier notó como el amigo escuchaba atento mientras ambos subían las escaleras a su departamento— Tengo entendido que el hijo amenazó de muerte al padre. Por eso hay custodia.
Cuando entraron al departamento, Javier le preguntó al amigo si quería un café. Manuel le dijo que sí, y lo esperó a que preparara uno para cada uno. Se sentaron en silloncitos opuestos, y Javier dejó las tazas en una mesita ratona pequeña en el medio. —Bueno, contame, me dejaste con la intriga. ¿Pasó algo con Carla?— Le dijo Manuel mientras agarraba su taza. —Sí, hace cosa de tres meses miró mi celular y encontró unos mensajes con Camila. Se puso como loca después de eso, no había forma de calmarla. Agarró sus cosas y se fue. Se llevó la ropa, los libros y hasta las pilas de papelitos que ocupaban todos los cajones de nuestro escritorio. Era una acumuladora, nunca tiraba una factura—. Javier encorvó la espalda mientras los codos caían a las rodillas y las manos agarraban su cara. Parecía al borde del llanto. El amigo se levantó y le apoyó una mano en la espalda sin decir nada. Javier se enderezó, respiró hondo y siguió. —Antes de irse, Carla me susurró algo, pero no la entendí. Le pedí que me lo repitiera, pero no hubo caso. Soy un boludo, y me lo merezco, pero la extraño.
Manuel se quedó callado un rato largo parado al lado del amigo, parecía estar pensando qué decir. Cuando se decidió a hablar, le sugirió al amigo que fueran a dar una vuelta con las bicicletas. Mientras bajaban las escaleras a la cochera los amigos decidieron que iban a hacer un poco de ejercicio, la idea era pedalear por la Avenida del Libertador para el lado de Vicente Lopez, donde darían varias vueltas al paseo de la costa. Pero cuando llegaron a donde habían dejado sus bicicletas, no estaba ninguna de las dos. Los amigos buscaron al encargado, que los ayudó a ver las grabaciones de las cámaras de seguridad. En la filmación se veía una borrosa figura encapuchada abrir el portón y llevarse las bicicletas. —El portón está roto hace dos días, le mandé mail a la administración— Aclaró el encargado—, pero todavía no mandan a nadie para arreglarlo. Este tipo se debe haber dado cuenta y robó lo que podía ver desde la calle— concluyó. El encargado acompañó a los amigos a la comisaría, donde hicieron la denuncia y dejaron una copia del video, además de fotos de los modelos de las bicicletas.
Una semana después del incidente, Javier se encontró con el Comisario Gomez, que había tomado su denuncia. —Oficial, ¿cómo está? Me enteré que encontraron la bicicleta de Manuel, mi amigo. Muchas gracias por su trabajo. ¿Hay novedades de la bicicleta plateada, la mía?—. El oficial lo saludó con amabilidad y agregó —Sí, la bicicleta de su amigo apareció tirada cerca de la comisaría. Pero no hay noticias de la otra, lo siento—. Javier asintió con visible resignación y preguntó— ¿Usted sabe qué pasó con la guardia policial que estaba en la puerta de mi edificio?—. El policía sonrió —Esa sí es una historia con final feliz— dijo— Don Anibal nos contó que su hijo encontró pareja por esa app de citas de moda, y se mudó con la muchacha en cuestión. Parece que es un amor intenso, no creo que se hayan conocido hace mucho tiempo. —Javier se sorprendió— ¡Qué increíble!—. El comisario Gomez asintió —y no es lo único increíble de esta semana, ayer una chica pasó cerca mio con una bicicleta exactamente igual a la de su foto, pero cuando le pregunté de dónde la había sacado, la muchacha me dijo que la había comprado y hasta me mostró la factura del proveedor oficial, que estaba a su nombre— El policía hizo una pausa —Muy extraño, ¿no le parece?—. Un escalofrío recorrió el cuerpo de Javier. En ese momento entendió perfectamente lo que Carla le había murmurado: un clarísimo “andate a la mierda, forro”.