- Juan Pablo Trombetta
Que sea parque nacional, antes de que sea tarde. Por Adriana Franco
por aquí era duna. Cadenas montañosas de arena con vista al mar, un paisaje un poco onírico, un poco irreal sobre todo para aquellos con los ojos acostumbrados a la monocorde planicie pampeana, puro cielo y tierra, sin elevaciones. Luego, ya sabemos, vino don Carlos, fijó los médanos, forestó la zona y así hizo que Villa Gesell fuera posible.
Pero aún queda al sur, más allá de Mar Azul, el testimonio de lo que alguna vez fue tanto más extenso. La Reserva Natural Faro Querandí, esa franja de 21 km de extensión por 3 de anchura, corriendo junto al mar, de 5757 hectáreas, es no solo un paisaje maravilloso y un ecosistema fascinante sino que es un verdadero tesoro, una de las pocas dunas vivas que queda en el planeta. La única en nuestro país. Y está en peligro, en varios peligros. Por un lado, por que la gran cantidad de autos de doble tracción y cuatriciclos que circulan sin cuidado afectan dramáticamente su integridad. Pero también se cierne sobre ella la ambición de aquellos que sueñan con poblarla, con convertirla en barrios exclusivos, en destinos turísticos de lujo.
Es por todo eso, por su importancia y por su fragilidad (como cualquier ecosistema “acechado” por el hombre) que hace varios años que se viene proponiendo que sea Parque Nacional, lo que garantizaría un mayor cuidado y una posibilidad de acceso controlado y eficaz.
En 1996 el entonces intendente gesellino Luis Baldo la convirtió en Reserva Natural municipal. Diez años después, el actual mandatario Gustavo Barrera quiso dar un paso más en su cuidado y protección y comenzó las tratativas para que la reserva se convierta en Parque Nacional. Hubo gestiones, hubo una acuerdo firmado entre Barrera y el entonces presidente de la Administración de Parques Nacionales (APN) y se realizaron los estudios previos para determinar si ameritaba esa categoría. La conclusión fue un rotundo sí, no hubo dudas en la necesidad de que ese espacio único tenga la máxima protección con que cuenta nuestro país. Emiliano Ezcurra, entonces vicepresidente de APN, recordaba hace poco en una charla que realizó en la Casa de la Cultura de Mar Azul, el entusiasmo que había con el proyecto y la sensación de superar diferencias en favor de algo claramente positivo (diferencias políticas, porque en la gestión de Cambiemos el acuerdo se realizó con un intendente peronista). Pero también recordó la frustración cuando todo lo que marchaba sobre ruedas fracasó estrepitosamente, cuando no se logró la cantidad de votos necesarios en el concejo deliberante. Es que para avanzar en la creación de un parque, hace falta primero que, mediante una ley provincial, se realice la transferencia de jurisdicción en favor del estado nacional con la condición de que esa transferencia sea para crear un parque nacional. Luego, el Congreso Nacional debe dictar la ley de creación del parque nacional. Un sistema de doble ley que vuelve prácticamente imposible el volver atrás. Y no es un dato menor, como recordaba Ezcurra en esa charla: en Salta, en 2004, una ley provincial borró con el codo lo que había escrito con la mano diez años atrás y así lo que entonces era Reserva provincial General Pizarro dejó de ser área natural protegida para pasar a ser loteada y desmontada (finalmente, una parte no desmontada fue “comprada” por el estado nacional para convertirla en reserva nacional bajo la órbita de APN).
Un año después volvió a intentarse, incluso ampliando la propuesta ya que el parque nacional incluiría una porción de Mar Chiquita, con el que el intendente de ese partido vecino estaba de acuerdo. Nuevamente, los votos no alcanzaron. Un cortoplacismo que nos afecta a todos.
En 2022 hubo otro intento, esta vez para convertirla, en coincidencia con los 100 años de la creación del Faro Querandí, en parque provincial (que no formaría parte de la Administración de Parques Nacionales, ya que éste es un organismo autónomo). Otra vez, no se consiguieron los votos necesarios en el consejo.
Ya terminando el año, y ante la certeza de la necesidad de seguir intentando que pase a Parques Nacionales, grupos ambientalistas, asociaciones vecinales y guardaparques voluntarios, entre otros, presentaron nuevamente el proyecto en el concejo deliberante que, en las últimas semanas de noviembre, lo pasó a la comisión correspondiente. El año próximo quizás sea el de la buena noticia.
El tema tiene preocupados a todos los interesados en que esta maravilla de la naturaleza no termine siendo arrasada, que las especies que allí viven sigan gozando de su hábitat, que las aves migratorias puedan seguir haciendo aquí su escala. A mediados de año, estuvo una temporada prácticamente abandonada, sin guardaparques, porque se había roto el vehículo que los transporta.
Y hace apenas unas semanas la alarma volvió a sonar, con mucha más fuerza. Esta vez la reserva está en verdadero e inminente peligro ya que una empresa arenera se encuentra extrayendo arena en el borde mismo de la reserva, en su límite oeste. Cantidades de camiones sacan día a día montañas y montañas de arena, creando grandes hoyos en los que ya aflora el agua (las dunas son, además, un reservorio importantísimo de agua dulce). Lo hacen fuera de la reserva, es cierto, pero en su mismo borde y los ecosistemas no conocen de los límites y alambrados que ponemos los humanos. Ya fueron alertadas las autoridades correspondientes (tanto los concejales, como el nuevo director de Ambiente, Cristian Bellagamba) que aún, al escribir estas líneas, estaban ocupándose de ver si el área corresponde a Villa Gesell o a Madariaga (sí, los límites no están todavía muy claros), ya que en este último partido están permitidas las areneras, no así en el de Villa Gesell. También fueron informadas las autoridades provinciales correspondientes.
Escribo esto con los dedos cruzados esperando que en el momento de la edición de este periódico este verdadero ecocidio haya podido ser frenado, ya que de continuar se provocaría un daño irreparable. Nuevamente, volvemos al tema de la importancia de que sea Parques Nacionales quien se ocupe de preservar, con toda la capacidad y fuerza de un organismo reconocido internacionalmente por su excelencia, estas inigualables dunas vivas.