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REBELIÓN EN EL PATIO TRASERO Por Alejandro Silva

Actualizado: 20 dic 2019

“…tarda en llegar y al final, al final, hay recompensa” (Gustavo Cerati, Zona de promesas)


Es cierto, se padeció una eternidad, pero llegó, llegó el otro cambio, el que oxigena esperanzas, cambia sensibilidades, prioriza derechos, reformula subjetividades y empodera a la sociedad. ¡Celebremos argentinos! El soberano, en paz, ha demostrado nuevamente que tiene la madurez cívica de emanciparse de plutocracias saqueadoras. Pero, y siempre hay un pero insidioso, la felicidad nunca llega a ser completa. Pregunto sin ánimo de generar culpas: ¿si la Patria es el otro, podemos sentirnos plenos cuando los hermanos de la Patria Grande, nuestros vecinos del barrio, están sufriendo? La respuesta obviamente no la van a encontrar en estas líneas, aunque me aventuro a decir que los pueblos no suelen suicidarse, más bien, de estos territorios y sentidos en disputa suele emerger una siempre precaria tregua hasta la siguiente irrupción fundacional.

Del Río Bravo hasta la Patagonia, América Latina, nuestra América, es claramente un subcontinente apetecido. Lo fue desde sus orígenes de venas abiertas, lo siguió siendo durante la conformación de sus jóvenes repúblicas, lo seguirá siendo mientras a la Pachamama le queden recursos codiciados por un imperio en franca decadencia. Ya en 1823, el quinto presidente de los del norte, James Monroe, impuso su doctrina “los países americanos deben protegerse a sí mismos”, advertencia inequívoca a las potencias europeas que pretendían invadir su “patio trasero”. En 1904, el presidente Theodore Roosevelt le añadió un corolario que establecía “…si un país europeo amenaza o pone en peligro los derechos o propiedades de ciudadanos o empresas estadounidenses, el gobierno de EEUU está obligado a intervenir en los asuntos de ese país para reordenarlo”. En 1967 el Secretario de Defensa Robert McNamara lo perfeccionó “Nuestro objetivo en Latinoamérica es ayudar, donde sea necesario, al continuo desarrollo de las fuerzas militares y paramilitares nativas capaces de proporcionar, en unión a la policía y otras fuerzas de seguridad, la necesaria seguridad interna”. El Premio Nobel de la paz Henry Kissinger la completó con una frase allá por 1973 “Controla los alimentos y controlarás a la gente; controla el petróleo y controlarás las naciones, controla el dinero y controlarás el mundo”. Y reforzando una diacrónica coherencia ideológica, en setiembre de 2018, ante la ONU, Donald Trump dijo: “Aquí en el hemisferio occidental, estamos comprometidos a mantener nuestra independencia de la intrusión de potencias extranjeras expansionistas (…) ha sido la política formal de nuestro país desde el presidente Monroe que rechacemos la interferencia de naciones extranjeras en este hemisferio y en nuestros propios asuntos”. Clarísimo, ¿no? sustracción semiótica mediante: “América, es para los americanos”.

¿Cómo toman cuerpo estas doctrinas de intervencionismo unilateral?, en su versión más extrema, apoyando logística y financieramente golpes de Estados a gobiernos no afines, e implantando dictaduras títeres que representen mejor sus intereses. Estos golpes tuvieron una dinámica propia bajo la estrategia de la tensión. Primero una franca guerra psicológica fundada en una campaña del miedo a la amenaza comunista, luego desestabilización política, estrangulamiento económico en paralelo a un gran mercado negro, fuga de capitales, movilización de hordas fachistoides creando caos social, ataque a partidos políticos y sedes sindicales, sabotajes a medios de transportes, y por último el sangrado de nudillos producidos por los golpes a las puertas de los cuarteles rogando que desaparezca el desorden y la ingobernabilidad. El de Bolivia, el 10 de noviembre de este año, es el último de una larga lista. Para enumerar algunos: Venezuela 1948, Cuba 1952, Guatemala 1954, Brasil 1964, República Dominicana 1965, Bolivia 1971, Chile y Uruguay 1973, Argentina en 1976, que ocasionó la mayor cantidad de víctimas con treinta mil desaparecidos. ¡Sí, son treinta mil!, mal que les pese a los negacionistas. El caso paradigmático es Venezuela 1836, 1858, 1899, 1908, 1945, 1948, 1958, 1961, 1962, 1992 (doblete en este año) y 2002. Ahora se entiende la presión sobre Maduro, es más barato saquear el petróleo de Venezuela que traerlo de los países árabes.

En la actualidad los mecanismos se perfeccionaron, el desprestigio de las fuerzas armadas y su papel en la guerra fría las inhabilita para ser nuevamente cabezas de gobiernos. Las alianzas cívico militares cedieron espacio a las fuerzas civiles y los golpes se mudaron de los cuarteles a instituciones como el poder judicial, legislativo u organismos electorales capaces de articular distintos fraudes. Estos mecanismos de interrupción o injerencia sobre gobiernos democráticos, denominados eufemísticamente como “golpes blandos”, los podemos corroborar en los casos de Fernando Lugo en Paraguay o el burdo juicio político contra Dilma Rousseff en Brasil, ambos aprobados por el Congreso. Otra variante es el fraude o no reconocimiento electoral agitado por organismos supranacionales con sede en Washington como la OEA (Ministerio de las Colonias) a cargo del nefasto Luis Almagro, o asesinando dirigentes, ejecutando magnicidios, instalando guerras jurídicas (lawfare), o encarcelando candidatos como el caso de Lula Da Silva en Brasil. En fin, un variado menú a la carta para cada ocasión. Eso sí, los gobiernos derribados abarcaron un espectro ideológico que pasó por las izquierdas, el progresismo, el populismo o el nacionalismo revolucionario, rara vez hubo políticos de derecha depuestos.

Queda claro que estas nuevas estrategias pugnan por el control de la conciencia como mecanismo de sumisión y obediencia, parafraseando a Jorge Alemán, vienen por la construcción de subjetividades capitalistas logrando el crimen perfecto. Pasamos de un capitalismo analógico a uno digital, de la biopolítica de Foucault a la psicopolítica en donde cada uno se explota a sí mismo. Lo que es verdaderamente libre en esta sociedad es el capital y no los ciudadanos, este tipo de poder se ajusta a la psique en lugar de disciplinarla, sustituye la libertad por la libre elección y consigue implantar una dependencia tecnológica por medio del hedonismo. El Big Data es una versión amable del Big Brother de Orwell, en el que nadie se siente vigilado o amenazado, pero todos están controlados.

Y si hablamos del visionario de Orwell, la rebelión en la granja ya es un hecho. El neoliberalismo en nuestra América tiene fecha de caducidad, excede a quienes coyunturalmente estén a cargos de los gobiernos y sus acuerdos geopolíticos. El desmantelamiento siempre suele venir por abajo, los nativos de a pie ya no se resignan y el despertar de un tsunami libertario suele ser contagioso. Las insurrecciones populares en Chile sin tener un interlocutor con quien negociar, la lucha indígena en Ecuador frente a la traición de Lenin Moreno, los meses de rebelión en Haití contra Jovenel Moïse, un Ivan Duque acorralado en Colombia, en Bolivia los pueblos originarios resisten el golpe de Estado y no se resignan a volver al estado de discriminación y esclavitud desde donde el gobierno de Evo Morales los sacó, instalándolos como sujetos políticos de pleno derecho. Estos ejemplos son una acabada muestra que la América, nuestra América, está tratando de limpiar su patio sin comprar lavadoras norteamericanas. Por mi barrio, los trapos sucios, se aguantan y se lavan en casa.


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