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Sabores de mi infancia.

Nací en Tigre, provincia de Buenos Aires, en una época de casas bajas y poca gente, donde los mediodías de siesta eran sagrados. Todos los comercios cerraban y mi papá, aunque seguramente no quisiera, no era la excepción. Cerraba su farmacia, iba al Banco Provincia de avenida Cazón, y luego venía a casa y almorzábamos junto a mi mamá y mi hermano menor. Todos los días los cuatro juntos. Recuerdo a mi papá pasándole cada día el pedido a la droguería LEFA y tachando uno a uno los medicamentos que había vendido a la mañana y debía reponer a la tarde, un ritual de todos los mediodías, que tengo grabado con emoción en el corazón.

Era la época donde la vedette era la calle y los vecinos. Aprendí a pedalear mi primera aurorita sin rueditas con Susana, mi vecina de enfrente. Jugaba a las escondidas en la casa de Lila y Alberto, los vecinos de al lado, que tenían una puerta super secreta que te hacía aparecer y desaparecer sin que nadie supiera como.

Era también la época de pescar bagres con mi hermano en el mal oliente Rio Reconquista, a media cuadra de casa. Bagres que cuidábamos en una pecera por unos días y luego devolvíamos al rio, antes que se murieran o mi mamá nos retara…

En este popurrí de recuerdos, está la historia de María Elena y María Emilia, mis dos amigas de la cuadra. Ellas vivían en la misma manzana, en la calle que cortaba la mía. Eran una familia muy conocida de Tigre con nueve hermanos. Sí, ¡¡¡nueve!!! Ellas eran las dos menores y tenían mi edad. En realidad, yo estaba en el medio de ambas. Su casa lógicamente era gigante y atravesaba toda la cuadra. Como eran tantos, al mediodía y a la noche sonaba una campana, que era la señal que los convocaba, estuvieran donde estuvieran, para almorzar o cenar. Sonaba dos veces, si no llegaban rápido luego de la segunda, se quedaban sin comer.

Un mediodía las chicas estaban jugando en mi casa cuando la primera campanada sonó. María Emilia dijo que se tenían que ir rapidísimo, porque les iban a enseñar a comer alcaucil con cuchillo y tenedor… ¿Con qué? preguntamos mi mamá y yo muy asombradas. Nosotras los comíamos con la mano, y mojando las hojas y el corazón en la riquísima mezcla de aceite y vinagre. ¿Se pueden comer con cuchillo y tenedor?

Ellas contestaron que no sabían, que iban a aprender ese día y me invitaron a que fuera de la partida. No sé cómo acepté, no debía tener más de 9 años, era muy tímida y miedosa, pero me tenté y fui. Lo que sigue, fue como una mezcla de película de misterio y terror que recuerdo hoy, tantos años después, con lujo de detalles, pero ahora con una gran sonrisa.

Volvió a sonar la campana así que las 3 dimos corriendo la vuelta manzana y llegamos a su casa. Había una perfecta y coordinada fila en la entrada al comedor. Primero los hombres con el padre a la cabeza, luego las mujeres. Todos de mayor a menor, no se movía ni una hoja, como la fila para izar la bandera en una escuela cuando está la inspectora adelante. La última era yo, la invitada, no solo no me movía, casi ni respiraba.

La situación me atemorizaba, pero aun así y de la mano de María Eugenia que me cuidaba y no me soltaba, junté valor y seguí avanzando. La fila se movía, los hombres ya habían entrado al salón comedor y veía ahora como las siluetas femeninas se deslizaban delicadamente. Una a una entrando hasta que me tocó el turno. Un salón solemne, oscuro, silencioso y gigante. El papá y los hermanos varones, erguidos al pie de las sillas, esperando la entrada de las mujeres y haciendo un ademán para que nos sentemos primero nosotras. Hasta allí llegué yo, no podía imaginar cómo iba a seguir el almuerzo, no podía con tanto protocolo. No sé cómo junte fuerzas, pero tratando de disimular el miedo y ya con algunas lágrimas en el rostro, les dije a mis amigas que me sentía muy mal, que me disculparan y salí disparada, haciendo la vuelta manzana, ahora de regreso a casa. Mi sabia y querida madre, conociéndome, me esperaba con comida.

Nunca supe cómo se comía el alcaucil con cuchillo y tenedor, y nunca lo sabré. No me animé a preguntarle a mis amigas. Lo bueno es que esto no resintió nuestra amistad y forma parte de los hermosos sabores de mi infancia.

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