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Sempiterno. Por Paula Valente

El único sonido que puede oír, es el del viento soplando su cabello bajo las pocas estrellas que quedan iluminando el cielo sin ayuda de la luna que se encuentra ausente esta noche. Naila las cuenta: una… dos… tres…

— ¿Qué día es hoy? — pregunta sin perder la cuenta.

Cuatro… cinco… seis…

— 23 de diciembre. — le contesta Sam a su lado.

Siete… ocho… nueve…

Escucha a lo lejos unas sirenas, pero sigue contando.

Diez… once… doce…

Los dedos de Sam se sienten fríos, no le extraña ya que siempre ha sido de tener una temperatura corporal baja, por eso solo aprieta su mano tratando de transmitirle un poco de su calor, aunque se pregunta cómo es que llegaron hasta aquí, a este parque, a esta hora.

A medida que va uniendo las estrellas, las escenas eliminadas de sus recuerdos se proyectan en el cielo como una película.

Trece… catorce… quince…

En dieciséis segundos dejó de respirar. El impacto fue tan fuerte que en solo un instante todo su sistema nervioso ya no funcionó.

Las estrellas se tiñen de rojo gracias a las sirenas que se acercan, pero Naila aún no ha terminado de contarlas.

Sus uñas sucias de sangre le hacen recordar como se clavaron en su carne para arrastrarlo hacia ella. Algunas uñas se le rompieron y algunos dientes se agrietaron al apretarlos con tanta ira.

Sam había querido dejarla ir, pero ella no planeaba hacer lo mismo. Por eso lo trajo hasta aquí.

— Me gustaría oír que aún me amas, pero ya no recuerdo tu voz.

Sam no responde. No puede responder. La lengua se le quedó atrapada entre sus dientes horas atrás.

Los móviles policiales los rodean. Quedan unas pocas por contar.

Diecisiete… dieciocho… diecinueve…

La hora de su muerte fue a las 20:50. Los gritos de una mujer a lo lejos llegaron tarde, Sam ya no podía pedir ayuda.

A las 21:00 su cuerpo comenzó a enfriarse luego de revivir una última vez cada momento de sus 22 años en su cabeza.

— Ahora has vuelto a casa. La luna te extrañaba.

La policía atrapa sus muñecas pero ella no suelta su mano, se lleva consigo los dedos y atesora el dedo anular.

Sam había querido deshacerse de 23 meses de promesas, pero Naila no podía perder lo que más amaba.

— Tal vez es cierto que eres el amor de mi vida, pero también es cierto que yo no soy el de la tuya.

Lo tomó de los tobillos y le abrió la cabeza para llevarse todos sus recuerdos juntos.

Ahora Sam es la estrella número 24, y Naila es quién le contará esta historia cada noche que lo vuelva a encontrar.


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