- Juan Pablo Trombetta
Toda canción es política. Por Adriana Franco
Fiesta en Caba, de esas que la pandemia parece haber resucitado. Gente que charla, bebe, baila. Los amigos de los amigos son bienvenidos para que la diversidad aporte colores, para que sea fiesta y no reunión. Entre baile y copas hay charlas, grupos que se arman, se desarman, circulan y fluyen. Como en los viejos tiempos dice alguien ya por los cincuenta en uno de los dos patios en los que se puede fumar, porque no es tan como en los viejos tiempos. En otra esquina del patio, una mujer cuenta, copa en mano, el desafío de estar viviendo el cambio de género de su hije, los chips que tiene que modificar, la sorpresa de ver ahora lo que siempre debería haber visto, el tema de los nombres, el tema de la vida binaria y cis. No está sola, otra se suma, es el hije de su marido el que está haciendo la transición. Charlas de estos tiempos.
En otro rincón, en un break para retomar aliento frente a tanto rock bailado (esta noche, no suena el trap ni el reggaeton, como en los viejos tiempos) un grupo más joven habla de parejas abiertas. Un treintañero pregunta “es una puerta abierta, o un portón?”. “Es una puerta cerrada, pero sin llave”, contesta preciso, certero, el otro, un par de años más joven. Y en ese momento caigo en la cuenta de que hacía mucho tiempo que no escuchaba hablar de esas propuestas que fueron bastante habituales en los años sesenta y setenta. Entonces, (otra vez vamos a hablar de aquellos viejos tiempos) pienso que algo pasó, algo detuvo muchas conversaciones. Sobre el amor y su relación con la propiedad, sobre la relación con la mujer.
Sigo deambulando. Hay algo de viaje en este circular, como esos encuentros casuales, fortuitos entre personas que comparten por un rato un mismo itinerario, con la condición de estar de verdad en viaje, es decir, no estar haciendo turismo si no haber soltado, por un tiempo al menos, todo tipo de amarres. Así llego al living donde se baila y capto justo al llegar, una charla sobre la música. Que si sirve o no para bailar tal tema, que mejor tal otro. Los que hablan parten hacia el otro patio, para recuperar el aliento pero también para dedicarse a esa gran pasión de los humanos que es hablar sobre nuestros gustos, o sea, sobre lo que amamos, sobre lo que nos convoca. Escucho “Es que no podés juzgar algo de hace unos años con la vara de hoy”. Trato de recordar si es así en términos jurídicos (es así, confirmo después, las leyes no son retroactivas), pero están hablando de rock, de letras de rock.
No puedo evitar entrar en la conversación como quien no quiere la cosa. El tema gira alrededor de cuán machista era el rock argentino en sus orígenes y venía a cuento de unas declaraciones de Nito Mestre por los 50 años de la “Vida”, el primer disco de Sui Generis en las que aseguraba que con ese álbum “el rock empezó a ser menos machista”.
Me detengo. Me aparto. Cuando las conclusiones son tan esperadas, tan unánimemente aceptadas, tan aparentemente sólidas hay que intentar repensar. Como salirse un poco del campo de lo conocido, de lo establecido, como sacar un poco los pies del plato o, como diría Deleuze, desterritorializarse. Porque ¿qué es lo que quiere decir Mestre con el rock menos machista? ¿Que tocaban la flauta traversa? ¿Que usaban pelo largo? ¿Que habían adoptado atributos, instrumentos ligados a lo femenino? No estaría mal un intercambio de roles, claro. Pero el problema es qué se hace, qué se hizo, con ese decorado. Porque las letras de ese disco no proponían rupturas. Mientras Spinetta cantaba, apenas unos meses después que “Mañana es mejor”, el disco de Sui Generis comenzaba con un inesperado “hubo un tiempo en que fue hermoso”. Y no termina ahí, el segundo tema pide una mujer que le cocine “guisos de madre y postres de abuela” y para el tercero ya está invocando a Dios y al niño Jesús.
Se me ocurre entonces que es un disco bisagra. Que fue ahí quizás cuando muchas puertas comenzaron a cerrarse, con candado, tapiadas más bien. Vuelvo a las conversaciones de hace un rato, a la de las parejas abiertas, a los sexos fluidos. Algo pasó, y es tan evidente que da escalofríos. Sucedió el horror de la feroz dictadura con sus métodos de disciplinamiento, su invocación al silencio, su encierro. Fue Argentina pero fue también toda América latina, gobiernos autoritarios y liberales se apropiaron de casi toda la región, porque aunque los Estados Unidos tuvo un rol decisivo en esta política panregional, el pueblo norteamericano también fue víctima del disciplinamiento. Como muestra el documental de Michael Pollan “Cómo cambiar tu mente” (que está en Netflix con esa facilidad capitalista de convertir cualquier intento de pensar en algo empaquetado para vender) que muestra cómo la guerra contra las drogas emprendida por el presidente Nixon en los 70 acabó con prometedoras experimentaciones con sustancias psicoactivas (LSD, hongos, etc) para tratar problemas psiquiátricos graves (investigaciones que se han retomado exitosamente). De paso en esa lucha involucraron o culparon sobre todo a los afrodescendientes.
Guerra contra las drogas allá, guerra contra la subversión por acá. Entre medio cada uno deberá pensar cómo deben leerse, aunque sea años después, las letras del rock. Toda canción es política.