Hace justo treinta años, un marzo de 1992, acudí a comprar los libros que vendía un muchacho que se iba a vivir a España. Él vivía a dos cuadras de Plaza Congreso y yo a tres cuadras de Plaza Italia. Así que tomé el 12. Hacía uno de esos calores sofocantes que suelen despedir el verano en Buenos Aires, o tal ves sea solo un recuerdo que colabora para adornar el relato; lo cierto es que llegué a aquel departamento ávido por encontrar los ejemplares de Borges, Cortázar, García Márquez y muchos escritores más que prometía el aviso de la revista Segundamano. Conseguí varios títulos a un buen precio. En ese tiempo yo estaba por cumplir treinta y tres años y recién empezaba la imperiosa y desesperada necesidad de escribir. Pero era un pésimo lector, apenas consumía todo lo que estuviera relacionado con el deporte. Tampoco leía mucho sobre agronomía, la carrera que había terminado siete años antes y que no pensaba ejercer. Allí estaba, eligiendo tantos ejemplares cubiertos de polvo como mi magro presupuesto fuera capaz de abarcar. De pronto vi un ejemplar en papel diario, tamaño tabloide (aunque en esa ápoca ignoraba que tabloide era el formato de diarios como Clarín o Página/12). Decía Al Sur, y era de San Telmo. Un periódico barrial de distribución gratuita. Lo señalé y el muchacho cuyo nombre nunca supe me dijo; “Lo hacía yo, pero como me voy...”. Quedé absorto. “¿Lo hacías vos? ¿Pero no es muy caro?”. Me miró unos segundos. “Bueno, es una vez por mes, lo imprimo acá en el centro y...”. Entonces lo interrumpí para preguntarle cuánto costaba imprimir una cantidad razonable y, sobre todo, cuántas páginas y cuántos ejemplares era algo razonable. Me dio un valor que no podía creer, porque para mí se trataba de sumas cuantiosas, de un imposible sueño infantil. Porque de muy chico hacía mi propio diario, en un cuaderno, con recortes y notas propias pero siempre de deporte y fundamentalmente sobre fútbol. Ahora mis intereses eran más amplios y el barrio de Palermo en el que siempre había vivido, me ofrecía miles de historias para contar. Me despedí, contento con mis libros pero mucho más por el hormigueo infernal que se había desatado dentro de mí: iba a editar un periódico, uno propio, y a publicar lo que se me diera la gana. Era cuestión de hablar con una diseñadora. Podía financiar el primer número y después... a buscar publicidad, algo siempre tan difícil. Llegué eufórico a casa y le anuncié a Gloria: “Voy a publicar un periódico”. “¿¿Qué??” Pensó que era un chiste. Como al principio lo pensaron amigos y parientes que sabían dos cosas: 1. Que Palermo estaba inundado de periódicos barriales de diverso tipo y tamaño. 2. Que yo no tenía la menor idea de lo que era editar. Resumo: en mayo de aquel 1992 apareció el primer número de ECOS en Palermo, predecesor de El Chasqui que duró diez años y más de cien ediciones, incluso sobreviviendo a nuestra mudanza a Mar de las Pampas a principios de 1998. En el 2000 empezamos la edición de El Chasqui y acá estamos, casi 22 años más tarde. Y todo por aquel muchacho de Plaza Congreso que se iba a España y cuyo nombre no recuerdo o acaso nunca supe.
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