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Un hormiguero pateado. Por Mercedes Solá

Mirá Juan qué cosas raras siguen pasando (y perdoname el gerundio). Me pongo a escribir sobre vos para el diario de Trombetta. Será como conversar un rato acá, conmigo, en casa.

Este asunto de la casa se me viene encima, en este otro domingo intolerable.

Me he puesto un poco fetichista, porque se me apagó el farol, Juan.

Pero yo recuerdo por vos:

Tus zapatillas, los libros, los helados. El té en las teteras, el jarrito. Los libros, Matu en el celular. Los almuerzos en el piso de abajo. Los amigos. Los memes, los rusos, el lavado de tu camisa blanca. Tu prolijidad en la mesita del costado: el porro, el cenicero, tu cajita cuadrada de Cicatul, el encendedor, los libros, el lápiz, tus anteojos, algo dulce. Los libros. Tu malhumor con mi negación hacia la tecnología. Nuestras salidas a hurgar las librerías. Independiente, Messi. Las ensaladas que te asegurabas comprar, por conocer mi desatención con las comidas. Los rusos. Los libros. El taller de los jueves, tu afán por sacarnos mejores, por los divinos detalles, por eliminar adjetivos, párrafo a párrafo. Tus puteadas risueñas al que no escribía seguido.

Te aviso algo que temías, Juan: por suerte para nosotros, te quedaste a vivir en tus contratapas.


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